Historias de avión



Si ustedes creen que en los restaurantes hay historias. Ni hablar en los aviones. Yo siempre pienso en las historias de los aviones. Porque todo viaje tiene una historia. Una historia importante. Siempre pienso en los que van de luna de miel. Con sus maletas nuevas, con la ropa que van a estrenar, el conjuntico sexy que ella se compró para lucirle, o que le regalaron en una despedida de soltera, tal vez una abuela, que hace de todo una especie de pesadilla Freudiana y es tan raro, pero raro, que puede tener por seguro que si la niña no tiene ganas por cualquier motivo lo único que tendrá que hacer es decirle, ¿te gusta? Me lo regaló tu Tata. Pienso que tal vez hay nervios por más de una y todas las expectativas de alcoba, porque aunque no era virgen siempre hay expectativas, porque es una luna de miel. Es ir fuera del planeta a un satélite de fantasía al que no le llega ningún telescopio. Pienso los últimos adioses antes de montarse en el avión, en los padres tristes porque ahora sí les volaron los hijos del nido. Pienso en cómo habrá sido esa fiesta, si habrán bailado juntos, como si estuvieran solos, o si él se habrá emborrachado con los amigos y habrá recibido un texto de otra tipa. Porque sí, también los hay así. Pienso en si alguno de los dos ya se habrá arrepentido de haberse lanzado al agua, y estará pensando en ese viejo chiste ¿cómo sale un Oso de un pozo? Mojado. Porque sí, también los hay así.

Veo a las mamás con sus hijos, sus coches, sus pañaleras, su otro bolso, las veo sacando teteros, jugueticos, cuentos, limpiando mocos, ofreciendo una galleta, un vasito con agua, buscando un lugar más o menos limpio para cambiar un pañal. Las veo mirar la pantalla que anuncia la hora de embarque y sé que están pensando que no ven la hora de que se duerma, si es que se duerme, que no ven la hora de llegar, que parece algo inalcanzable, casi tan fantasioso como la luna azucarada de los recién casados. Las veo esquivando las miradas de los viajeros que les causas horror la idea de sentarse en un avión cerca de un niño. Las veo torcer los ojos, y me las imagino pensando “tú algún día fuiste así de chiquito, pendejo”. Entonces pienso que todo se nos olvida. Todo. Pienso que nos encanta juzgar muy rápido a los demás.

Veo a los hombres de negocios, con sus maletines sus tarjetas platinum a la mano esperando que anuncien que se va a abordar para montarse primero. Les veo exasperación en la mirada con los viajeros no frecuentes que no están al tanto que la fila es por aquí, que primero llaman de la 14 a la 32, que primero es Business y Plantinum, Gold, Elite, Mega Elite, y todas las categorías a las que uno nunca va a llegar.

Otras veces escucho esa última conversación, pórtate bien mi amor hazle caso a tu mamá te veo pronto. Pienso en esa historia. ¿Estarán divorciados? ¿Casados? ¿Esto será un viaje de trabajo? ¿Estará camino a reclamar una herencia? Tal vez s va a entrevistar para un trabajo nuevo. Tal vez se quieren ir. A lo mejor él no se quiere ir y la esposa sí. Quizás sea al revés. O ninguno se quiere ir, pero no les queda de otra.

Están los viajeros con esos morrales a cuestas que yo jamás entenderé cómo pueden cargar. Se ve que cuando se quiten los zapatos aquello generará una onda expansiva que se sentirá varias cuadras a la redonda. Me pregunto qué habrán visto, si querrán ser errabundos eternos, o  si para sus adentros estarán diciendo, yo sabía que yo estaba muy viejo para esta vaina.

Pienso en cuántas personas habrán tenido que pagar exceso de equipaje, y que todos hicimos lo imposible por evitarlo. Pienso en cuántos no tenemos manera de andar con ese equipaje que no genera cargos adicionales según la aerolínea, pero que bien que nos pesa, bien que nos cuesta, y que tal vez yo haya nunca forma de soltar, el bagaje emocional. Pienso en cuántos temen volar, en cuántos, aunque sea un segundo vemos nuestro reflejo en la ventana del avión y pensamos en nuestra mortalidad, pensamos en nuestras vidas por varias horas en al aire. En todo lo que queda en el aire. Los adioses que no dijimos. El perdón que pensamos que ya  no iba a servir de nada. O ese Te Amo que por ser tan de verdad dio tanto miedo. Ese frenazo en seco antes de una aventura. Pienso en cuántos estarán pensando he debido decir que no. Me pregunto cuántos haremos ese examen y si valdrá la pena.

Pienso en las cosas más pequeñas. A quién se le habrá quedado su libro, y estará mirando horrorizado las películas que ofrecen para el trayecto. Pienso en cuántos se estarán arrepintiendo de haberse puesto aquellos zapatos que molestan tanto, o de haber tomado tanta agua. Pienso en quién lleva su maleta un encargo fastidioso que cada vez que lo recuerda le causa mal humor, quien tiene ese regalo que se muera por entregar.

Veo parejas de viejos, que estarán haciendo vacaciones, como siempre. Familias que viajan en cambote, todos juntos, como un cardumen. Está el que habla duro, el que ronca desde antes que todos terminen de embarcar, el que las aeromozas regañan porque no hace caso a ninguna de las indicaciones, apague el celular, no se pueden usar aparatos electrónicos durante el despegue.

Después veo a las aeromozas. La línea varía pero el uniforme siempre parece ser el mismo. Tacones bajo. Un pantalón o una falda, discretos, pero elegantemente sexy. Que realce la cintura. Que se le vean bien las curvas. Y pienso que las aeromozas son como las novias, no hay ninguna fea. Todas tienen su estilo. Tal vez porque sabemos que si pasa algo vamos a depender de ellas. Porque son como unas maestras, tenemos que escucharlas, que hacerles casos. Son una autoridad y hasta se nota en la forma como nos pregunta, ¿carne o pollo? Pienso en ellas y los sobrecargos y cómo para ellos es un día más de trabajo. Pienso en quién estará molesto con el jefe, quien dirá estoy harta de esta mierda cuando aterrice renuncio. Pienso en si alguna estará enamorada de un piloto, de un piloto que está en otro vuelo, o de otra aeromoza. Pienso en si ellas se tomarán la turbulencia con sangre fría y las envidio. Si ya se sabrán el camino de memoria. A lo mejor el aire también tiene sus “huecos” como el pavimento, en los que siempre se cae. Mira, ya vamos a pasar el Estrecho tal, esto va a temblar.

Me las imagino hablando de los pasajeros, ¿viste lo que tiene 34K en la pantalla de la computadora? Pasa y mira echo el loco. Y me pongo a pensar si habrá algún pasajero viendo una porno en el iPad y si eso se puede. Me los imagino tratando de calmar a alguna vieja que se sentó al lado de un gordo, o de un señor que huele muy  mal. Me los imagino comentando la comida, yo no sé cómo esta gente paga por un pasaje y se traga esta mierda, o me imagino las pequeñas crisis, avísale al piloto que se quedaron las ensaladas en tierra, que hay tres baños que no sirven, o ve y busca a Toledano porque 12J y 13J están discutiendo y creo que se van a ir a los golpes. Y sí muchas veces pienso en la vida de esa aeromoza que me trató tan mal. A lo mejor la acaban de dejar. No se le dio un date. A lo mejor el rollo es laboral, ella no de está de acuerdo con la huelga. A lo mejor trató de que cambiaran el uniforme y no lo logró, o está en uno de esos días. O no es una persona simpática y punto, y no hay nociones de atención al cliente que puedan cambiar eso.

Y sí en un avión hay historias. Hay mil historias. Y yo nunca dejo de pensar en esas historias, sobre todo cuando cierro los ojos y me digo, si los demás pasajeros supieran lo que estoy viviendo, lo que estoy pensando y lo que estoy escribiendo. 

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