Plantearse una liberación
Creo que las mujeres tenemos que plantearnos en serio una liberación. Una liberación que no tiene que ver tanto con los hombre en la cocina y nosotras en la oficina, sino con el derecho a querernos a nosotras mismas y hacernos respetar. Desde los diecisiete mi relación con mi cuerpo es
complicada, a veces hasta desagradable. Hay tantas cosas que he llegado a odiar
de mi apariencia que a veces hasta me entristece y me pone cabizbaja. La
maternidad, con todas sus alegrías, no ha venido para anotarme puntos a favor
en ese aspecto. Al contrario. Si algo se avivó la batalla. Mi cuerpo cambió
tanto. Sufrió tanto, que a veces hasta me veo añorando lo que era.
He tenido parejas que me han hecho la vida imposible con mi
cuerpo. Imposible. De verdad imposible. “Tú eres una gran mujer, pero es que
tengo un problema con tu cuerpo” “deberías ir al gimnasio” “con unos cinco
kilos menos te verías mucho mejor” “los bluejeans no te quedan bien, pero si
hicieras ejercicio la cosa cambiaría”. Y así la lista sigue. Y sí, me he
encontrado con que estas personas siguieron a conseguirse mujeres que van más
acorde al canon de la mujer bella de hoy en día. Flaquísima, tetona, alta y
debo decir que me ha generado sentimientos encontrados, una sensación de vacío
e impotencia, de desilusión, y muchas veces hasta de agradecimiento, porque si
no me iban a querer por el tamaño de las tetas o por las estrías que me
acompañan desde la adolescencia al final quien tiene el problema es él, no yo.
Claro que toda esta situación me llevó a pasar por momentos
de odiar la comida, odiar mi ropa, temer ir a la playa, arrastrarme hasta un
gimnasio a hacer cosas que me fastidiaban, que no me gustaban, a las que no le
vi en su momento ningún sentido. Cosas que no me sirvieron sino para alimentar
fantasmas y atizar el descenso de mi autoestima. He llegado a sentirme mínima.
De estatura. De talla de sostén. De apariencia en general. Todo por comentarios
mal estacionados, por sentir que la valoración de mi cuerpo venía de la presión
que una pareja ejercía sobre mí. Y a veces no era la pareja, las demás mujeres
también. No tengo dedos en las manos para contar cuántas veces me alabaron
otras mujeres, y hasta me proclamaron su envidia, cuando llegué a pesar unos
aterradores 45 kg. Incluso una doctora, que le pareció que yo estaba muy sana.
Cinco kilos por debajo de mi peso normal, con una depresión que saltaba a la
vista, pero en ningún momento me ofreció ayuda, ni me pidió más exámenes, le
faltó decirme el dicho aquel, de never
too thin, never too rich, never too young.
Con el tiempo, después de poner en una balanza cosas que he
escuchado a lo largo de los años sobre mi apariencia y sobre las mujeres,
después de haber sufrido de anorexia, de haber visto a muchas de mis amigas
perder novios, tiempo, energía, vida en general, porque sencillamente no le
llegan a la marca que nos impone la sociedad he comenzado a sentir un gran
hartazgo por todo este tema. Molestia. Cansancio. Y una gran responsabilidad.
Me pregunto, ¿cómo me dejé influenciar por esos comentarios? ¿Cómo es que no
fui más fuerte? Tal vez porque estaba enamorada, y el amor lo lleva a uno a
querer complacer al otro, a veces hasta el punto de sacrificar tu imagen y
quien eres. ¿Cuántas no dejamos de pintarnos la uñas de tal color o usar ese
tipo de pantalones o faldas, cortas o largas por un comentario de una pareja?
Más de lo que pensaríamos. Tal vez más de lo que estamos dispuestas a admitir.
Ciertamente es sabroso arreglarse a sabiendas de que uno va
a agradar, pero también es importante ser fiel a uno mismo, y no es solo lo que
te pones. Porque mucho más sabroso que saber que agradas al otro, es saber que
agradas por lo que eres y punto. Con todas tus imperfecciones. Con tu cicatriz
aquí, con tu kilo de más allá, con tu diente medio salido, con tu pelo
incontrolable, con tus zapatos estrafalarios.
Someternos al yugo de dietas absurdas, de rutinas de
ejercicio que van a más allá de lo que es saludable y que disfrutamos, no poder
sentarte con tus amigos en una cena y disfrutar, o pedir ese postre que tanto
te gusta, claro que con equilibrio, pero aprovechando la vida, porque también
esos momentos pasan y no vuelven, y es mentira que nadie te quita lo bailado,
porque sí te lo pueden quitar, cuando viene un desorientado a hacerte
comentarios hirientes, cuando viene alguien que sólo vive a través de sus
inseguridades, que proyecta su impotencia, su disfuncionalidad en ti, y lo hace
a través de algo como el físico.
Si bien nuestro cuerpo es un templo y hay que
cuidarlo, tampoco hay que tomarlo tan en serio, porque no importa cuanto botox
estén produciendo, ni cuanto silicón te de lo que la naturaleza no te dio, lo
cierto es que el que no está contento con tu apariencia tal vez no esté
contento contigo en general, pero sobre todo no lo esté consigo mismo. Yo jamás
le he hecho comentarios despectivos a un hombre, ni por cómo se viste, ni por
sus dientes amarillos o sus uñas comidas. Me importa un carajo. Me parece más
importante que sea inteligente, sensible, que tenga sentido del humor, que
respete mi libertad, mi forma de ser, mi chistes fuera de lugar y mi tendencia
al drama. Las cholas que use o deje de usar no son problema mío. Al final el
físico de mi pareja no le añade ni le quita nada a mi vida. Cómo vive la vida
es otra cosa.
Y cuanto estemos haciendo tonterías, tapándonos una parte de
nuestro cuerpo o dejando de hacer algo que nos genera placer y no nos daña,
sino que simplemente va en contra de una regla que impuso quien sabe quien la
pregunta que deberíamos hacernos es: ¿vale la pena esto?
Comentarios
Un abrazo :)