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Sueños viejos
Carta de amor I
Anoche
soñé que me escribías una carta de amor. Tenía una C. enorme en la esquina
inferior izquierda. Me la diste en tu casa. Tu casa era una especie de
monumento de mármol negro. La cocina. Los baños. Los pisos. Las paredes. Todo
estaba cubierto de mármol negro.
Era
de noche. Por los ventanales se veía puro negro.
Me
habías dicho que la buscara y nada más entrar la vi brillando, blanca y
tranquila, sobre el mesón de la cocina. Yo me acerqué dudando. Pensando cómo
alguien escribe una carta de amor en un lugar tan frío, y tan oscuro. Recuerdo el miedo. Aunque estaba dormida
sentía mucho miedo. Miedo no sólo de ti, sino de descubrir al ver la carta que
tenía otro nombre. Que no era para mí.
Cuando
la tuve en mis manos y vi aquella letra azul, sentí una eterna felicidad. Una
felicidad que me va ayudar a colmar de esperanza, la vida después de la muerte
de este corazón roto. Como si me hubiese lanzado por fin a ese mar tan lejano,
en el que siempre me había querido ahogar. En el que me había querido ahogar
contigo. Esa letra fue toda una vida contigo.
Por
fin tomé el papel. No estaba tu letra. No habían declaraciones, ni promesas, no
había canto al futuro, ni llantos para el pasado. Era un contrato. Un contrato
mecanografiado. Entonces entendí, que jamás habrá palabras, que tu amor es pura
cadena. Es un instrumento para segar mi libertad. Es una atadura. Un
impedimento para todo. Una opresión. Un instrumento que sirve como coacción
para limitar cada acto de mi voluntad.
Así
que ese iba a ser tu amor. Seco. Distante. Formal. Con entradas y salidas de
medidas perfectas. Estipulando ganancias. Con una parte, una contraparte. Con
reglas y sometimientos. Con obligaciones. Con tiempos. Con espacios. Con todo
determinado. Hasta la estrategia de salida. Hasta la fecha de vencimiento.
Lo
único que no estaba estipulado, en tu casa de mármol negro era lo que yo quería
sentir. Entonces llegó aquella sombra. Esa sombra imprecisa, por la espalda y
me derribó. Caímos al suelo. Los papeles volaron. Mi carta de amor. Mi contrato
de pertenencia. Ese instrumento de tortura exquisita que me mantenía atada a ti
y que me libraba de tener que asumir mi destino.
No
sé si al final lo firmamos. Sólo sé que justo antes de abrir los ojos yo estaba
parada afuera de tu casa, con una maleta y un hilo de sangre que bajaba de mi
boca. Alguien me preguntó que llevas ahí, y yo contesté, tocándome el pecho y
bajando la mirada, miedo y soledad.
Y
cuando estaba empezando a caminar, abrí los ojos, y pasé el día con un C. azul
y una casa de mármol negro en la mente.
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