El deber de votar


Nunca me imaginé algún día tendría tantos amigos viviendo afuera del país. Mucho menos familia. El futuro que teníamos en mente, mientras vivíamos aquel pasado que ya hasta inventado parece, era muy distinto. Era otro país completamente. Quizás porque éramos muy jóvenes, o teníamos demasiado, no nos dimos cuenta de la realidad que teníamos encima. A nosotros como generación (me refiero a los que estamos entre 30 y 45 años) no nos enseñaron a amar este país. Ser venezolano era una especie de accidente del destino. Es más, hasta era considerado cursi ser demasiado nacionalista. Era una piña, un ridículo propio de alguna profesora fanática, que le hacia a uno cantar sobre la bandera, y el escudo. Olvídese usted de leer la constitución nacional en un aula que no estuviese relacionada a la carrera de derecho. En historia vimos a Cristobal Colón hasta el cansancio, los Chibchas, los Arawakos y los Timotocuicas, tal vez llegábamos hasta Vicente Emparan, pero ya para entonces el tercer lapso se acababa y uno estaba pendiente de irse de vacaciones. No conocimos nuestra historia, ni nuestro país. Y uno no ama lo que no conoce. Mal podemos pedirnos sopesar momentos como este y reaccionar ante la gravedad del asunto. Para saber de algo hay que aprender, no basta con ver Aló Ciudadano y ser un twittero adicto. Sería mucho más fácil, pero así no funcionan las cosas. 

El hecho es que caímos en lo que caímos, y ya no hay vuelta atrás. Ahora lo que queda es mirar hacia adelante y tratar de hacer lo que podamos por el futuro. En lo personal yo siento que para muchos los mejores años de nuestras vidas pasarán en país que tiene poco que ofrecernos. Nuestra realidad, lo siento, pero es una cagada. Porque las opciones no son muy alentadoras. Una es: Quedarse aquí y echarle pierna a ver, si los astros se alinean, si el destino se apiada de nosotros y las voluntades necesarias se suman y comenzamos a andar por un camino que lleve al menos a un sueño realista de progreso. La Otra: irse, y tratar de empezar de nuevo en otro lugar. Asumir un país extraño como el propio, y dar lo mejor de sí, en aras de construir el futuro que alguna vez soñamos. Una familia. Un hogar. Una carrera que nos haga sentir exitosos y con la conciencia tranquila de que estamos haciendo aquello que vinimos a hacer a este mundo. 

Si hay algo cierto, y es lo que lo mantiene a uno con ánimo: en ambos casos, siempre que haya la disposición. Las ganas. Hay oportunidades. Claro que sí. 

Claro que, cualquiera de las dos opciones conlleva sus dificultades. Nada es sencillo en esta vida. El que se queda tiene sus cuentos de horror. La incertidumbre quizás sea lo peor de todo. Llega un punto en el que uno se agota de vivir cada año sintiendo que en algún momento hay una fecha, en la que está pautada una elección que se percibe como el fin del mundo. O ganamos tal día o…ahora sí es el fin, pero de verdad. A eso le sumas, la inseguridad. El terror de salir a la calle. El no saber en quién confiar. La corrupción. La sensación de anarquía, de que no hay reglas claras, de que el único que cuenta aquí es el vivo y los demás no servimos para nada, ni tenemos chance de nada. La ausencia total de valores. La gente se atropella, se insulta, se agrede por cosas absurdas. Se colean. Tiran basura en el piso. Hablan de forma soez y alaban a cualquier idiota que se "autoproclame" inteligente. Eso le tumba el ánimo a cualquiera. 

Afuera tampoco es fácil. Las visas. Los permisos de trabajo. Las diferencias culturales, desde el idioma, hasta el sabor de la comida. La forma de hablar. Hasta los olores. El clima. En algunos lugares es el frío que pela, y uno extraña las playas. En otros es el calor que calcina, y uno extraña Caracas en diciembre. En otros es la lluvia, y uno piensa en el cielo azul, azul que parece mar haciendo al Ávila imposiblemente bello. Luego está el trato de la gente. El no conocer. No conocer calles. No conocer gente en lugares clave, desde el carnicero, hasta el que vende el periódico. Hasta el amigo que te va a socorrer cuando tengas un lío laboral, o emocional, o una disputa de pareja. Hace falta a veces con quien tomarse un café, así sea en silencio, porque es que ese amigo sabe que tú a veces necesitas estar solo en compañía. Todo eso pega. Y yo he pasado navidades sin hallacas, ni pernil. Yo sé.  

Sea cual sea el camino, nada quita el deber que uno tiene como ciudadano. Aunque el lazo ya no sea legal, aunque uno haya renunciado a la nacionalidad. No es tema de pasaporte. Tenemos el deber estar a la altura de los acontecimientos de un país, que lo menos que nos dio fue la vida. Al final, aquí nadie echó a perder el país solo. Y siempre lo he dicho, en un conflicto uno como individuo tiene que ver en qué falló. Tal vez fue esa otra elección en la que no votaste. Si crees que no importa ve la abstención y saca la cuenta. O tal vez fue ese voluntariado que no hiciste. Son miles de cosas las que uno hace por su país. 

Me sorprende ver que el tema de la votación se está tratando el tema como si fuese un favor que le están haciendo alguien. Al país, a unos amigos, a un pana que está en la campaña de algún candidato. Porque eso es lo que parece. Ciertamente para todos es un esfuerzo ir a votar. Para algunos es un esfuerzo mayor, que implica sacrificios económicos, familiares, laborales. Que implica agarrar aviones y reducir presupuestos, y traslados maratónicos. Para otros es más sencillo. Cada quien tiene su circunstancia. Si se trata de recopilar historias de sacrificio, creo que Venezuela ya nos ha dado demasiadas, y a juzgar por lo que estamos viendo, todavía vienen más. Y eso se aplaude cómo no. Porque ¿no es es lo que queremos? Ver un país de gente comprometida, que da la cara, que aparece, que está ahí, a la orden. 

Aquí no se trata de medir quién ha dado más o menos. Aquí se trata de hablar sobre algo que es lo mínimo que puede hacer un ciudadano por su país. Ojo, de nuevo es lo mínimo. No nos damos cuenta pero votar es lo mínimo. De ninguna manera es lo máximo.  Es un muchos lugares el voto es un deber, no un derecho. Y se sanciona a quien no lo ejerce. Me pregunto qué pasaría con las cientos de miles (y me duele pensar en ese número) que no van a votar, si hubiese una multa que pagar por no ir a votar. ¿Cuáles serían los justificativos? Me pregunto sin pagarían igual, porque duele menos el dinero que el país, o si sí irían porque, la realidad es que duele el bolsillo, y mucho. Me pregunto si harían una marcha, o si casi que votarían por el candidato que prometiera reformar la norma para hacer del voto algo así como, bueno si puedes, y tienes el chance, y te da tiempo, lo puedes hacer. 

El tema es que hoy en día estamos viendo mucha gente que una vez más, prefiere el camino de las grímpolas, irse a otro lado, como si esto no fuese problema suyo. Y no es válido el a no me gusta ningún candidato, porque para eso existe el voto nulo. Vaya y vote nulo, y exprese su opinión. Diga ninguno. Pero dígalo. No use eso como excusa. Porque no lo es. Aquí hay gente que piensa sólo en lo propio, esperando que sean otros los que hagan el trabajo. Como si de verdad lo que pase aquí "no es problema mío" o "es que yo soy apolítico". Deber ser que a los que no se pronuncian no les piden carpeticas de Cadivi, o andan por la calle, su familia, sus amigos, con un letrero que diga: NO SE ROBAN. 

Todavía me cuesta pensar que aquí pueda haber gente indiferente. De verdad no lo creo. No me atrevo a decir la cifra de muertos que van por la inseguridad, no quiero ni pensar en la cantidad de gente que perdió el trabajo de una vida, porque a un señor le dio la gana de expropiar aquello que con tanto esfuerzo había construido. Por envidia. Por resentimiento. La gente que perdió todo en una crecida de un río y ahora no sabe ni en quién confiar, ni a dónde ir. Los que fueron maltratados en refugios. Los que fueron despedidos de sus trabajos por no someterse. Los heridos y las víctimas de Amuay. ¡Los presos políticos! ¡Dios mío! Pasa el tiempo y nadie se acuerda de ellos, sólo un grupo de señoras que van y van, y que además otros critican, porque así somos. 

Yo no critico al que se fue del país. Al contrario. Lo entiendo. Lo entiendo tanto. Todos los días esta ciudad me maltrata de alguna forma. A veces hasta me siento una extraña. Pero yo decidí quedarme aquí. Aquí está mi vida, y espero que sea siempre, pues me partiría el corazón tener que irme, y ya sé que para mí este es el mejor país del mundo. Por más que lo tenga en pedazos. Y para unir esos pedazos necesitamos de todos. También de los que están afuera. Y aunque cada quien tenga una realidad distinta, el hecho es que votar es un deber, y si hay una razón válida para no poder ejercerlo, pues eso cualquiera lo entiende. Pero si hay algo que parece una excusa, entonces probablemente lo es. Y aquí, viendo lo que nos estamos jugando, sencillamente no hay excusas. 

Una vez más, les dejo mi cita favorita. Y creo que lo más aplica en este caso, es la última frase. Se puede combatir la injusticia, donde quiera que uno esté. La distancia…no. La distancia no es una excusa. 

"Hoy es el día más hermoso de nuestra vida, querido Sancho...
Los obstáculos más grandes, nuestras propias indecisiones...
Nuestros enemigos más fuertes, el miedo al poderoso y a nosotros mismos...
La cosa más fácil, equivocarnos...
La más destructiva, la mentira y el egoísmo...
La peor derrota, el desaliento...
Los defectos más peligrosos, la soberbia y el rencor...
Las sensaciones más gratas, la buena conciencia, el esfuerzo para ser mejores sin ser perfectos, y sobre todo, la disposición para hacer el bien y combatir la injusticia donde quiera que estén."

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