El Avión, El Borracho y El Angel de la Guarda


No me gustan los aviones. No sé desde cuándo, pero en algún momento me volví una de esas personas que constantemente chequea la expresión de aeromozas o sobrecargos, que escucha con desconfianza el tintineo de los envases de vidrio que están montados sobre el carrito del refrigerio, como si su inestabilidad tuviese la clave del fatal destino que nos espera. Soy de las que mira las alas a ver si están derechas y con sus tornillos bien puestos (como si yo supiera realmente cuántos tornillos lleva un ala o cómo se vería “mal puesta”). Busco humo en los motores y me desespero, literalmente me desespero cuando hacen ese molesto, antipático, corto y desganado anuncio de: estamos atravesando una zona de turbulencia.

En estos días estuve en un avión que hizo una maniobra rara a los pocos minutos de despegar. Miré a mi esposo con mi cara usual de pánico y me respondió con la mirada de costumbre de “tranquila, esto es normal.” Pero no era. Rápidamente el piloto anunció que teníamos que regresar a Caracas por “un problema técnico nada grave.”

En primer lugar me gustaría sentarme a conversar con este señor. Porque amigo, para el pasajero como yo, el idioma piloto es muy complicado, tiene una fonética muy especial y las palabras “problema técnico nada grave” se traducen inmediatamente en algo como “saca tu celular y despídete porque al bombero se le olvidó enroscar la tapa del tanque de gasolina y esto no es precisamente una Vespa.”

Reconozco que cuando escuché esas palabras sentí un primer impulso de pararme y pegar gritos por los pasillos. Pero después de cierta edad las reglas sociales son más fuertes que uno y me quedé en mi silla, además tenía a mi pioja amarrada a la cintura, y al otro bebé adentro.

Acto seguido apareció una aeromoza con “el chisme,” lo que todos necesitábamos escuchar. Con la misma sonrisa que te pone la desgraciada de la taquilla del banco cuando te dice que no te puede cambiar el cheque, nos dijo que el tren de aterrizaje no entraba, pero que cero rollo, que eso estaba más visto que el tururú de Larissa Riquelme. Que íbamos a pasar varias horas dando vueltas botando la gasolina al mar, para poder aterrizar.

Es gracioso lo que a uno le pasa por la cabeza cuando escucha cosas así. Lo primero que yo pensé fue: pobres pescados. Tan tranquilos en su nota y del cielo les va a caer toda esta porquería por culpa nuestra. No es justo.

Acto seguido empecé a buscar miradas y reacciones entre mis compañeros de fila. Una estaba histérica, y otro con cara de resignación adivinó mi pánico: “tú ves mucho Catástrofes Aéreas, ¿verdad?” Y así comenzamos a hablar y me di cuenta de que este ser era el ángel de la guarda, ni más, ni menos. Un piloto que nos dio una clase de aeronáutica, que nos explicó todo, que mantuvo la calma, la filosofía, y no nos dejó pensar cosas como “esto puede ser mucho más grave de lo que imaginamos.” Como en efecto era.

Sin embargo, lo más destacado de la experiencia fueron los personajes que recibieron con gusto el alcohol que el personal de cabina sirvió, no sé si en plan de “si me muero rajo caña primero” o más bien “ráscalos a ver si se duermen.” Después de cuatro copas un viejo en particular decidió que era el momento de darle un discurso al mundo que empezó “yo ya viví mi vida, pero ustedes están jodidos.”

Claro que el ser hablaba arrastrando las palabras, como borracho de esquina. Agitando sus brazos enclenques debajo de una camisa Hawainna bastante fea. Mientras su esposa (que todos jurábamos que era su hija) enterraba las narices en la revista de la aerolínea, como si eso la fuese a salvar. El hombre contó toda su vida, desde el trabajo de su padre, hasta su primer trabajo, su primer matrimonio y su segundo.

No se quiso callar cuando el piloto hizo nuevos anuncios porque según él, “nadie lo está escuchando.” Luego, procedió a agradecer al ron venezolano por tan bella experiencia, a decirle a los demás pasajeros que aunque no recordaba sus nombres le hubiera gustado terminar la travesía con ellos y que esta era la segunda vez que hacía un aterrizaje de emergencia en Maiquetía y quién sabía, tal vez la primera había sido de ñapa y esta “edddsttta sí es daa que eeessddd” acto seguido emocionado con las luces de la montaña procedió a gritar “miiiideeenn, edsa que edstá allá eddss la gran planta de Tacoa.”

Acto seguido una aeromoza le gritó y lo obligó a sentarse, y en segundos hicimos un aterrizaje muy extraño, pero al final, el avión no pasó del suelo e hizo lo que tenía que hacer, frenó.

Por supuesto nuestro amigo pegó gritos y aplaudió. Nosotros nos desabrochamos los cinturones y llamamos a nuestros familiares, todavía un poco en neutro, y mientras caminábamos a la salida nos encontramos con un viejo arropado hasta el cuello, con un tapa-ojos puesto y la boca abierta que se le veía la glotis. “Este fue el que ganó.” Me dijo una señora.

“Sí.” Pensé yo. Y mientras me bajaba del avión pensaba, como me gustaría ser él. ¿Y qué pasó con el angel del a guarda? Lo que tenía que pasar. Nos dejó a los cuatro sanos y salvos en la puerta de la casa. Literalmente. Y para más remate la camioneta en la que nos dio la cola, estaba blindada.

Comentarios

Doña Treme ha dicho que…
Tremendo angel de la guarda!
La verdad es Mnu, que los accidentes aereos suelen ser menos espeluznantes que los terrestres. Me explico: si ocurren, son FEOS. Pero quizas mas del 90% son evitables.
Mi papá fue piloto mucho tiempo y nos hizo montarnos en una tara voladora como por 20 años todas las semanas... te resteas.
Saludos!
Clara ha dicho que…
Sí, es verdad lo que dices. La mayoría son evitables y en el fondo, tienes más chance de desmoñarte en las escaleras del aeropuerto o que un choro te atraque camino a tu casa que en el avión. En fin...mi miedo es totalmente irracional.

Chama...qué bueno eso...te resteas! jaja. :D
Unknown ha dicho que…
Rudo! este relato tenía lo que me gusta de una buena película, te CDLR, te mueres de susto y un final no feliz! No digo que estrellandote sea un final feliz pero la ficción (de haber sido el caso) hubiera dado un final con llanto, sonrisas, etc. baaah tu me entiendes! Saludos.
Clara Machado ha dicho que…
Jajaja gracias Royery, te entiendo. Te entiendo perfecto! Aunque agradezco el final feliz, al menos por esta. Jajajaja. Un abrazo.
Iralyn Valera ha dicho que…
Como disfruté este post, aunque seguro Manuela Zárate no disfrutó para nada vivirlo. Un abrazo, saludos

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