Contando Tiempo

Hoy me dio por pensar en las edades. A veces veo a mi chama y pienso, del 0-3 eres feliz porque no te acuerdas de nada. Tus únicas responsabilidades son cuna, cama, tetero, juego. Tus amores son tu mamá, tu papá, tus abuelos si los tienes cerca. Mi hija escucha la voz de mi papá y suelta todo, y si pasan más de treinta segundos y él todavía no la ha cargado viene el llanto. No hay duda, si ella supiera quiénes son Rocío y JuanGa, le estaría dedicando esas canciones a su abuelo, con mariachi, sombrero, y gritico mexicano incluido.

Pero del 0 al 3 tiene su cosa también. Dígame gatear, mis sobrinos agarraban a la pioja por las piernas y le hacían la bicicleta explicándole, “Clarissa tienes que hacer así”, hasta que la pobre harta de arrastrarse lo logró. Caminar otra historia, irse soltando poco a poco, agarrándose de una mesa para llegar hasta una silla, con la misma cara que yo pongo cuando quiero saltar un charco sin mojarme los zapatos de agua puerca. La pobre se sentaba durísimo cuando no lo lograba y a veces apretaba los puños con la misma frustración del tenista que bota un game con una doble falta.

Ni hablar de temas como columpios, como niños grandes que tienen tus juguetes y todo el rollo político que se arma entre los infantes. Se lo dices a tu mamá, no se lo dices, pegas, gritas, ¿qué estrategia es mejor? Tal vez dejar el lío del juguete de ese tamaño e irse a otro lado.

Del 3-10 pasas a otra etapa. Está el colegio. Sigues siendo los ojos de tus padres y tus padres son tus ojos. Nadie como ellos. Lo saben todo. Lo pueden todo y cada vez que haces algo quieres que te vean. “Mami mira” son quizás las palabras que uno más repite a esa edad. Desde el dibujo que hiciste el día que estaba lloviendo, hasta la caja de Torontos forrada de pasta cruda que te obligaron a fabricar en el colegio y que te llevas a tu casa el día de la madre llamándola joyero, hasta el hueco que te abriste corriendo por el jardín y que hace que tu mamá grite “¡Coño eso es de puntos!”

Del 3 al 10 la vida es lo máximo. Eres suficientemente grande para tener ya tus propios sueños, quieres ser médico o bombero, o hasta secretario general de la ONU (los chamos son así hoy en día), te empieza a gustar la música, y te crees todo lo que te dicen en el colegio. Tus rollos políticos de la primaria son que si fulanita le dijo a Menganita que tú eras fea, o que si Juancito le dijo a María que el niño Jesús no existía y fin de mundo.

Tus responsabilidades ahora incluyen bañarte, cepillarte los dientes, hacer la tarea, pero todavía no sabes lo que es ver el reloj a las once de la noche y que te falten horas para terminar el trabajo que tienes que entregar al día siguiente. Tampoco sabes mucho de cuentas, alquileres, locatarios, de carros que hay que llevar al taller, la cesta básica sigue siento lo que llevaba caperucita cuando fue a ver a la abuela y el Producto Interno Bruto, el pana de tu salón que siempre saca 01. Aún estás en esa etapa en la que si terminas rápido lo que tienes que hacer puedes alcanzar a ver tu programa favorito en la tele.

Ya una vez que pasas los 10 la cosa va cambiando hasta los 13, tal vez los catorce. Poco a poco te vas despertando. El muñeco que tanto amabas va quedando olvidado, hasta que lo cambias por un bobo cuyo apellido escribes al lado de tu nombre en clase de matemática. La maestra te parece una desubicada, piensas que tu mamá no te entiende, tu papá es un retrógrado, tus hermanos un accidente del destino y el mundo entero está equivocado y tú tienes la razón.

Tus problemas principales son tu cutis, tu cuerpo amorfo, tus ganas de ponerte una falda con la que jamás te dejarán pisar la acera de tu casa, para ir a ese concierto al que jamás te van a dejar ir, en el carro de él, que no tiene licencia y por ende jamás van a dejar que te lleve, y así hay días en que sientes que tu vida es un infierno porque nada es como quieres. Y para más remate, todo ese estrés viene junto a física, química y matemática.

Por fin terminas el colegio y sales jurando que el mundo es tuyo. Puedes hacer cualquier cosa, eres el ser más increíble de la tierra. Llegar a la universidad poco a poco te devuelve a la realidad. Osea, ya tienes 19 y no todo es cómo te lo habías imaginado. Ahora sí tienes que estudiar de verdad, pero a la vez tienes toda esa libertad que antes no tenías. Ya no tienes que pedir permiso, ahora avisas qué vas a hacer y a qué hora vas a llegar.

Entonces te das cuenta que tener toda esa libertad no es lo que te habías imaginado. Te das cuenta de algo que jamás pensante que podía haber dentro ti, el sentido de la responsabilidad. Eres capaz de dejar pasar una fiesta porque tienes que estudiar para un examen, ya no dices todo lo que piensas, no haces las locuras que dijiste que ibas a hacer el día que tu mamá no estuviera ahí para decirte, “tú no vas para ningún lado.” Ahora eres tú mismo quien se impone unas reglas muy parecidas a las que te impusieron de chamo.

A los 25, viene una pequeña crisis. Ya los 25 no son lo que eran. En la época de nuestros padres esto era ya casi la madurez, la mitad de la vida. Las mujeres casadas, embarazadas persiguiendo bebés en mitad de un parque. Ahora a esta edad estás en ese limbo de ¿qué hago ahora?

Tal vez terminaste una carrera que no te gustó. ¿Será que empiezo otra? Tal vez te gustó la carrera pero la vida profesional no es lo que soñaste. ¿Será que si hago un post-grado todo mejora? Tal vez te confunde el no tener la misma vida que tus padres, soñabas con ser esposa gimnasio, pero para eso hace falta un esposo y ese esposo no llega. Tu dedo sin anillo está muy triste y te sientes mucho más vieja de lo que eras. O tal vez, fuiste de las que salió corriendo al altar apenas tuvo toga y birrete en la cabeza, y mientras tus amigas están bailando hasta las cuatro de la mañana y al día siguiente miran con ojos de ratón a su jefe, te preguntas si no te habrás apurado, si no estás dejando de vivir ciertas cosas.

25 es una edad complicada hoy en día. Una edad en la que podrías ser madura, pero no sabes si puedes o si debes. Y así van pasando los 26, 27, 28, y cada vez más sientes que tus decisiones son definitivas, que no tienes tiempo en el banco para financiarte ningún error. Es como si todo fuera ahora o nunca porque ya no tienes 22, y sientes que los más chamos que tú viven una vida loca que te gustaría volver a vivir, cuando podías equivocarte y volver a empezar.

Hasta que un día te levantas y tienes 30. Y te preguntas, si los 40 son los nuevos 30 ¿qué hacemos nosotros? Porque los 30 no pueden ser los nuevos 20. En primer lugar la forma como se visten las de 20 no te queda. Por más buenota que estés, si es que estás, llega un punto en que la minifalda no te queda bien. Enseñar las pantaletas después de los 25 es como de gente borracha. Tienes que asumir tu edad.

En segundo lugar está el plano afectivo. Va siendo hora que tus relaciones las lleves con algo de madurez emocional. Ya no se te van a declarar igual, ni tu vas a estar armando escándalos porque él se fue a almorzar con una amiga. Eso estaba bien a los 22, pero a esta edad las cosas se deberían tomar de otra forma. Ves a la gente que todavía arma esos rollos estilo cuarto año de bachillerato y te das cuenta de que pierden demasiado el tiempo.

Además a esta edad te pega como un tren la “supuesta liberación femenina” y todo lo que implica para la mujer hoy en día. La gente espera que tengas pareja, trabajo, hobby, de repente un chamo, que seas culta y que estés buena. Tienes tanta presión que no sabes por donde escapar, porque además esperan que seas zen.

Pero entre la cita para la depilación y tu estrés porque no tienes ni puta idea cómo hacer para lograr tus metas de aquí a cinco años, con cuerpo de bikini y un chamo bien nutrido, te preguntas ¿dónde coño queda zen? o ¿cómo hago para pagarlo si hoy en día un par de zapatos cuesta una burrada?

Es cerca de los 30 que te pega tu primer dolor de espalda, que llegas a ese punto en que si rumbeas demasiado al día siguiente no te levantas, en que quieres salir con amigos a conversar y la música de los bares te molesta en los oídos, en el que lees una felicitación por twitter a alguien que cumple 22 y dices… ¡coño, quién fuera esa carajita!

De los 31 en adelante, no sé, tendré que esperar a ver cómo pinta el tiempo las demás décadas. Eso sí, definitivamente nuestro patrimonio más importante es el tiempo, y lo cruel de la vida es que no puedes realmente sacar la cuenta del que te queda, sino del que se te fue, por eso hay que vivir con intensidad cada día, porque qué rabia da cuando uno sacas cuentas y la cifra final queda en rojo.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Excelente post! Muy cierto... yo ya entrare a los 31 pronto y me senti muy identificada.
Bibi ha dicho que…
:)

Jajajajaja... Lo que todas las mujeres pensamod
Doña Treme ha dicho que…
Jajajajaja. Aunque creo que me río por no llorar.
Un detalle: a los 19 años ni sueñes que eres libre y solo avises, porque como dice Andrés López: "mientras ud. viva en esta casa se hace lo que YO diga!". Nota: YO es quién paga la universidad, el carro y afines.
Otro tip: es un lío ser vieja para unas cosas y joven para otras después de los 30. Yo tengo 33 y para el láser, soy joven. Me explico: el folículo que produce el pelo de cualquier parte del cuerpo no empieza a decaer hasta los 40 años de edad. Lo cual quiere decir, que aunque me meta dentro la estúpida máquina de láser para depilar, la cera aun tiene años de trabajo garantizado conmigo.
Clara Machado ha dicho que…
Doña Tremeeee! Nooooooooooooooooooo!!!!!! Lo del láser, what? Esa es mi esperanza, cada vez que voy a la depiladora, digo: Fuck it! Me voy a hacer el láser. Qué desgracia! Esa es la salvajada más grande, echarse cera caliente para después proceder a...no no no...fatal, jajaja.
Es verdad, todavía somos jóvenes para ciertas cosas...Es así.

Saludos a Anónimos y a Bibi! :D

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