No es el tamaño de la piñata lo que importa
A veces
pienso que la forma de criar a los niños ha tomado un rumbo hacia un
materialismo exacerbado, ridículo, casi ofensivo, no sólo en el país que
vivimos, sino el mundo en general.
Desde
que mis hijos iban a nacer comenzó esta locura del gasto, del show, desde el
regalo en la clínica hasta las piñatas. He hecho dos piñatas a mis hijos. En un
momento me sentí entre pichirre y fuera de moda. Me tomé un momento, revisé mi
presupuesto y mi entusiasmo con las cosas y me puse a pensar que lo realmente
importante son mis hijos y no lo que piensen los demás. Las decoraciones las
pinté yo, la torta la decoré yo, los dulces los hizo mi mamá, las decoraciones
de las mesas las puse con mi hermana y mi prima, la piñata la subía y la bajaba
el papá de los niños, los que trataron de organizar la muchedumbre de niñitos
erizados de chucherías fueron mis sobrinos, al final de la fiesta el regalo fue
un individual de mapamundi que hice en un centro de impresión con la ayuda de
un gran amigo ilustrador. Fue una merienda grande, fue un rato divertido, una
tarde entre amigos. La idea fundamental de la piñata: celebrar el cumpleaños de
mis hijos.
No me
ha tocado ir todavía a una de esas piñatas apoteósicas, en las que te regalan
batas y pantuflas, hay toboganes, garotas, caviar, sushi, puesto de masaje y un
salón donde los papás ven fútbol en tres D tomando whisky 50 años. Y entonces,
y lo siento si esto ofende porque sé que hay padres que les encanta, las niñas
modelan en pasarlas porque…Bueno no se sabe mucho por qué. Yo como madre y
educadora sé más bien por qué no. Y no es chiste, es un gran mal de la sociedad
y creo que a futuro hace un gran daño, y no es algo tan inofensivo como parece.
Cuando hay piñatas así llevo a mi hija más tarde, en realidad a ella no le
gusta (todavía) y yo se lo respeto y además con alivio. No quiero que sienta la
presión, la absurda presión que he visto que ponen a los niños los adultos que
los empujan a mostrarse cuando están más en edad de observar, explorar y soñar,
que en resguardarse en un vestido para que el mundo lo vea. En realidad, para
lo que podíamos llamar los estándares de algunas historias que he escuchado,
como la famosa piñata en que el regalo de salida fue un iPod, me ha tocado suave (yo les aviso si a un hijo
mío le dan un iPod de regalo de salida, yo con mucha gratitud lo devuelvo. Me
imagino que para ganarme el desprecio eterno de mucha gente. Pero así es la
vida). Eso que ahora llamamos suave era el apoteósico de hace veinte o treinta
años.
Lo
mismo sucede con los regalos que hay que dar. Se podrán imaginar que yo regalo
cuentos más que juguetes, entre otras cosas por su costo, busco cosas que me
parezcan útiles. Se puede ser generoso e inteligente. Pero a veces pareciera
que la generosidad no es suficiente. Hoy en día un cuento para niños puede ser
bastante costoso. Yo lo veo como una joya, pero reconozco que a veces veo las
otras cajas de regalos y me pregunto cómo nos verán los otros padres. Si bien
uno no quiere quedar mal y tener un gesto, a veces pareciera que el gesto se
nos va de las manos o debe irse o compararse. A mí me educaron a apreciar
cualquier regalo porque uno nunca sabe cuánto le costó a otra persona. Hoy en
día pareciera que más que un gesto hay que probar algo con el regalo. Entonces
viene además esta especie de creencia, que no sé de dónde salió, que los niños
tienen que saborear la imagen de sopotocientos regalos enormes, para que luego
muchas mamás digan que no saben qué hacer con ellos, que los donan, los
esconden, los reciclan. Me pregunto, pero, si somos nosotras las que regalamos,
entonces ¿qué estamos haciendo?
Ya a
finales de 2014, con un país más que en crisis, un país que se desmorona, no
sólo en lo económico sino en lo moral, mientras me agarro la cabeza y me
pregunto cómo voy a educar a un hombre y una mujer honestos, de principios,
trabajadores, luchadores, emprendedores, arraigados en sus valores antes que
nada, me doy cuenta que para muchos padres este tema de la piñata es un
problema. La realidad es que todos tenemos que ajustarnos, que los presupuestos
cambian, que la inflación nos come, que hay que cuidar la economía, pero
también la educación. Si queremos proteger a nuestros hijos y no teñir estos
años de estrés y miedo, lo cierto es que esto forma parte de su entorno. Es su
realidad: un país quebrado. No hay que leerles artículos de opinión y
obligarlos a escuchar a César Miguel Rondón, pero si hacerles ver qué es lo
importante, de acuerdo a la edad. Además, hay algo que es una verdad como una
catedral, nadie necesita piñatas apoteósicas para una infancia feliz, y en un
país como este deberíamos empezar a criar niños conscientes de cierta
austeridad. No hay que irse al extremo y no poner torta o no encargarla o
persignarse si uno ve unos entretenedores o un carrito de perros calientes y un
colchón inflable, pero si una medida, un equilibrio, tanto en cómo hacemos la
piñata, como en lo que regalamos. Que entiendan el esfuerzo, el trabajo, que
aprecien lo que los padres hacen y no que lluevan maravillas y castillos como
si esa fuese nuestra única responsabilidad y tarea.
Creo
que como padres tenemos que unirnos en este esfuerzo. Volver a las bases.
Rescatar lo que realmente importa. Un niño no necesita decenas de juguetes
enormes para estar contento, ni tantas atracciones, necesita sus padres, sus
amigos, el aire libre, cariño, estabilidad, apoyo, nuestro esfuerzo para
sonreír, y darles confianza en sí mismos, más que el estrés de si la torta es
la más bella o la más brillante, o la más grande. Al final en esta crisis, sin
entrar en la histeria hay grandes lecciones para estas generaciones, me
pregunto si vamos a enseñar lo correcto o si vamos a seguir creyendo que somos
el país rico que no somos. Me pregunto si vamos a seguir más preocupados por
derrochar con la idea de que mientras más lujo las cosas son mejores, o si
finalmente vamos a entender que es en otro nivel dónde está el verdadero valor
de las cosas.
El reto
es grande. La preocupación de muchos padres es enorme, porque la crisis se nos
monta encima y hacemos agua por todos lados. A veces uno piensa que todo
depende de los políticos, pero como sociedad tenemos mucho en nuestras manos,
sobre todo cuando nuestra responsabilidad es levantar los ciudadanos del
futuro. En este caso me digo que el tema es pensar qué tipo de gente quiero que
sean mis hijos, qué tengo que darles y hacer para llegar allí y en cuanto a la
diversión y el placer, qué es lo que realmente importa y qué puedo darles. La
pregunta al final es si la piñata, el regalo, ¿es para el niño o es para uno?
¿Es para demostrarle al mundo cuánto
gastas? Para mí la respuesta a la segunda pregunta es: esa justamente la
Venezuela que quedó en quiebra moral y económica. Justamente lo opuesto a lo
que busco como madre. Creo que los padres tenemos que unirnos en esta. La
unidad política es crucial, pero la de la sociedad es hasta más importante.
En la piñata, como en tantas otra cosas en la vida, el tamaño no es lo que importa, es su contenido, su motivo, su valor intrínseco. El esfuerzo y la dedicación. Al final, como en todo lo referente a la familia y la educación lo que importa son los valores, el resto es desechable.
Comentarios
Yo me quedé asombrada de los desfiles de niñas. Eso no es correcto, no me gusta que esté pasando, ni tampoco los padres viendo televisión y tomando whiskey, qué es eso? Se enseña con el ejemplo, aunque reconozco que eso del whiskey como que es un clásico