FILBO Mi Primera Feria


Hay frases trilladas que son necesarias. Como aquella que dice que uno sólo se arrepiente de lo que no hace. Es cierto. Aunque claro, están esas mañanas en las que uno se vio al espejo y ofreció parte de su alma, un riñón y hasta un ovario porque algún poder divino borrara los eventos del día anterior. En todo caso, al final, siempre nos agarramos de esas escenas vividas, por más dolorosas que hayan sido, para acumular eso que llaman experiencia. Y eso, aunque nos duela en ese lugar del intelecto del que queremos expulsar todo vestigio de autoayuda y frase pavosa, nos hace seres más completos. Porque ya el hecho de arrepentirte significa que lo reflexionaste. 

En todo caso, si hay algo que duele es lo que uno dejó de hacer. Queda como un sabor en la boca. Como un dolor en la piel que es difícil de explicar. Es una especie de entumecimiento en las manos, de haber tenido cerca una oportunidad, tan cerca que uno pudo tocarla y haberle cerrado la puerta. La mayoría de las veces por razones que luego descubrimos que no eran razones, sino más bien excusas. Por miedo. Por inseguridad. Y lo que es peor, por comodidad. No hay nada más fácil que echarle la culpa a una circunstancia para no hacer algo. 

Es el caso de la mayoría de los venezolanos. Si echamos en una bolsa todas las cosas que dejamos de hacer "porque ahora no es el momento." "porque voy a esperar que se vaya Chávez." "Porque voy a esperar a ver qué pasa el año que viene," nos encontraríamos una especie de bolso de Mary Poppins cuyo contenido iría desde computadoras, bicicletas, hasta hijos y una vuelta al mundo. Esa, con la que soñaba un amigo que decía que iba a agarrar su moto y se iba a ir de pueblo en pueblo. O la mochila del pana que soñaba con irse a la India solo y nunca lo hizo. 

El año pasado, después de ver pasar por internet las noticias de varias Ferias de Libros dije, como ya había dicho tantas veces, "el año que viene voy a la Feria del Libro de Bogotá." Había visto pasar la de Buenos Aires, (la de adultos y la infantil y juvenil), la de México DF, Frankfurt, Madrid y la de Guadalajara. Una con la que sueño más que nada, y que en al menos dos o tres oportunidades he visto ir y venir diciéndome "este año no se puede, pero el que viene. Será." 

Siempre me quedo a medio camino. Con la página de la línea aérea abierta en ese espacio en el que si le das reservas el cupo. Y después me pongo a hacer otra cosa. Me distraigo y no hago nada. Hasta que en diciembre de este año le escribí a varios amigos, lectores empedernidos, y les dije "en abril del año que viene voy a la feria de Bogotá. El que quiera venir. Que venga." 

Hacer la declaración me ayudó. Porque mentiría si dijese que en febrero no empecé a llenarme de excusas para no ir. Es complicado dejar a los niños. No he reservado los pasajes. No sé si tengo que comprar las entradas de la feria con anticipación. Y la típica, la maléfica ¿qué voy a hacer ahí? ¿yo soy escritora? Habrá quien diga que todavía no. ¿Entonces?

Entonces compré los pasajes y me empeñé. Porque les había dicho a mis amigos que era una decisión tomada, y se había vuelto una cosa de orgullo. Y fui. Fui a la Feria del Libro de Bogotá. Y lo dije cuando me preguntaron en el aeropuerto. Y en el hotel.  Y no cabía en mí de la emoción. Y me volví loca en la puerta. Y en los stands. Y sentía que lo que estaba viendo era más grande que yo. Me sentí diminuta y a la vez enorme. Y me pareció mentira que algo tan poco trascendental, tan pequeño, surtiera ese efecto en mí. Después de todo, no es que estaba adoptando un niñito Somalí, ni emigrando a una tierra extraña. 

O sí. Tal vez si emigré a una tierra extraña. Esa tierra en la que a fuerza de voluntad haces cosas que te propones. Y te das cuenta que las cosas deben ser pequeñas. Que vas poco a poco. Porque cuando uno se propone cosas como "cambiar el mundo" se ahoga en imposibles, en océanos. Es tarea imposible lanzarse a cruzar un océanos, pero después te das cuenta, que si te propones dar diez brazadas, y luego otras diez, y así…tarde o temprano habrás llegado. 

Para mí esta feria no fue un océano. Fueron diez brazadas. Y me encantó sentir el agua. Me encantó haberme lanzado. Me encantó haber probado un pedazo de un sueño. Algún día voy a recorrer en un año ferias de libros al rededor del mundo. Es una meta que tengo, para eso necesito dos cosas, una que mis hijos estén más grandes y me den la libertad. Y dos, haber conocido suficientes ferias como para volverme una ducha y sacar al máximo de la experiencia. Así que de ahora en adelante, cada vez que pueda me voy a lanzar. 

Espero antes que acabe el año volver a otra. Quién sabe y logro acuñar voluntad para Guadalajara este año. Pero quien sabe si se presenta otra por ahí. O a ver cuál me recomiendan.  

Lo mejor de todo es que una vez más comprobé. Nadie te quita lo leído. Ni lo bailado. Ni lo fotografiado. Ni lo comido. Ni lo bebido. En fin...la fortuna de uno está en haber vivido, lo vivido. 

Comentarios

@LeonaCaraquista ha dicho que…
KUDOS!!!!!!

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