Dede lejos
En el último año y medio he llorado más veces en mi carro
que en todo el resto de mi vida. Algunas veces ha sido por una mala pasada del
Spotify. Porque suena una canción que me recuerda una calle, un momento de
Caracas y no puedo evitar sentir que algo en mí se quiebra. Algo que no sé si
voy a recuperar. Otras veces ha sido porque uno está tan solo. Tan solo. No es
una soledad de falta de compañía. Es una soledad distinta. Esto de ser
extranjero. De caminar distinto, hablar distinto, de depender de una explicación
para todo. Sí, es un descubrimiento, una aventura y una oportunidad, pero es
también una orfandad.
No hay un día de la vida que no piense en mi casa. En la de
mi mamá. Hay días que sólo añoro el olor de Caracas por la mañana, o antes de
la lluvia. Hay días que sólo quisiera que fueran las cuatro de la mañana en La
Castellana, porque a esa hora que los pájaros empiezan a hacer ruido. Extraño
mis amigos. Mi familia. Extraño tanto que ya me he vuelto una profesional del
arte de extrañar. Y como imagino, pues no he parado de imaginar, y así entre la
memoria y la imaginación creo que he creado un país dentro de mí que no sé si
existió alguna vez, pero que es tan mío. Tan profundamente mío.
Sin embargo, este es mi aquí y mi ahora. Este cielo, estos
colores, estos sonidos, estas bestias tan distintas a las ya dominadas por mí.
Las ciudades, los países, son pequeñas reproducciones del universo, y nosotros
tenemos que reprogramar nuestras naves para navegar por ellos. Los colores, los
sabores, las miradas de otra ciudad. Lo que arrastra otra historia. No hay un
manual, ni hay reglas exactas, no hay forma de decir esto se hace así, o no
debe hacerse de esta forma porque al final del día cambiar de mundo es tan
complejo como cambiar de amor, de profesión. Es tan duro como perder una
extremidad. Es tan desgarrador como que te rompan el corazón. Te deja tan
aturdido como un golpe en la cabeza. Te deja tan mudo como la pérdida total de
la memoria. Llegar a un nuevo país es
aprender a vivir de cero. Y lo más difícil, lo que nadie puede decirte es cómo,
cuándo y ni siquiera si debes dejar ir el anterior.
A lo mejor debemos dejar ir lo malo, pero quedarnos con la
maravilla. A lo mejor debemos seguir fomentando ese país imaginario, de los
sueños, del recuerdo, de la infancia, de lo que fuimos, de lo que nos ataba a
él, de las tardes maravillosas, de la risa, del baile, del placer, de la mirada
que nos hizo sentir vivos por primera vez, del paso firme, de la palabra
inteligente.
Los caminos que tenemos que recorrer no siempre dependen de
nosotros. A la veces la vida simplemente se abre, porque su topografía es así,
inesperada, imprecisa, salvaje, pero lo que sí podemos hacer, de lo que sí
somos dueño es de nuestro paso. Volver a atrás nunca será posible. Pero lo que
hemos sido, lo que hemos vivido, forma parte de nuestra esencia y nadie nos la
puede arrancar.
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Estos son días duros. Para mí, para todo el que se fue, para
todo el que se quedó. No somos unos más que otros, nunca lo hemos sido. Cada
quien sufre a su manera, sueña a la suya, cada quien añora algo que no volverá,
cada quien espera lo siente que le salvará, lo que devolverá algo de vida o
transformará la que tiene. Todos esperamos a que el destino nos toque la
puerta, nos recuerde lo que fue amar, y perdonar, mirar el cielo sin temor y
tristeza, pero sobre todo sin miedo. Todos esperamos escuchar nuestro nombre,
como un eco que viene desde lejos y reconocer el llamado, no de la partida,
sino del reconocimiento.
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