No hay tiempo


¿En qué momento se nos rompió el país así? ¿En qué momento Venezuela se nos convirtió en este inmenso ataúd? ¿Cómo es que la muerte sale así a acechar de esta forma? Con esta voracidad. Con esta  saña. Es un dolor en la bandera y en la historia. Un dolor en las preguntas.

No queríamos ser este país. No queríamos, ni queremos ser, esta cuna de violencia. Este discurso que nos fue carcomiendo por todos lados. Este proyecto que nos llenó de armas, de  balas, que se van llevando vidas, familias, futuros. Este país dividido por un odio que ya ni se entiende. Estamos los ciudadanos en una guerra que nunca asumimos, que no tiene ni siquiera un objetivo claro.

Esto que ha pasado no es una casualidad, ni un infortunio, es el resultado de años y años de convencer a la gente de que algunos son menos personas que otros. Que vivir no es un derecho que tiene todo el mundo. Que la vida de algunos y lo que tienen es una afrenta y que hay un odio original adquirido. Desde el gobierno crearon una guerra y día a día se ha venido librando. A medida que la economía se deteriora, las promesas que se hicieron hace años no se cumplen,  la impunidad se confirma, el odio se apodera de las personas y les da licencia.

Nos paramos hoy sobre un país dividido, roto, sumido en el luto, en el dolor, en la impotencia. Este país sin justicia, en que la muerte y sus emisarios recorren libremente llevándose a quien se le atraviese sin miramientos, es la herencia que nos dejó quien prometió muchas cosas, pero sobre todo violencia. Este es el resultado de años y años de insultos y vejaciones. He aquí la gravedad de escuchar a diario como a cierto grupo de ciudadanos se les decía majunches, escuálidos, fascistas, burgueses, y lo que viniese de forma despectiva. Ningún insulto, ni humillación viene sin su precio. Tarde o temprano alguien termina por creer que tiene derecho, que tiene poder, que tal vez está en lo justo. De tanto repetirnos que hay un enemigo al cual hay que aniquilar se termina por creerlo. Si se repartieron armas era para usarlas. Eso sin dejar de lado la brutalidad en los ataques que se ha visto en las últimas semanas tiene consecuencias.  

Mientras tanto no dejo de pensar en los jóvenes que no  regresaron a sus casas. En la cena que se quedó fría. En los planes que no se van a concretar. En el trabajo que ya nadie va a hacer. En todo lo que queda en el aire y a medias. En las vidas que ya no son.  Las preguntas de los hijos. Las mil y un formas de darle un motivo, un orden, una razón a todo esto para tratar de entender y no desesperar de dolor.

Nos va quedando una sociedad de corazones agotados. De vidas reventadas. Espíritus que se van quebrando. Hoy más que nunca queda claro que no somos eternos, ni inmortales, que no podemos seguir esperando a que nos tiñan más familias de luto. No hay tiempo. En esto nos estamos jugando la vida y quienes la han perdido merecen que al menos a los que quedan les depare otro destino. Hay que buscar los caminos para sanar. Hay que buscar una forma de parar toda esta maquinaria de violencia. No terminamos de creer que esto es una guerra, que hay una maquinaria de aniquilación, que detrás de todo esto hay una política y hubo un planteamiento, que desconocer la humanidad de otros trae estas consecuencias. Hay que reconciliar y rescatar a nuestro país de esta vorágine de muerte. Hay que hacerlo cada día que pasa se pierden más vidas. 

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