Caracas #1A

Apenas terminó la concentración de María Corina y los diputados salieron hacia la Asamblea Nacional, los estudiantes anunciaron que marcharían con ellos y pidieron a quienes estábamos ahí que los acompañáramos. Sabíamos que no íbamos a llegar muy lejos. Había un piquete hacia el Oeste y uno hacia el Norte. La gente empezó a despejar la plaza, algunos hacia el este y muchos en dirección norte, detrás de los diputados. Entonces se empezó a correr la voz y comenzó la tensión. Sabíamos qué venía algo porque ya tenemos experiencia en esto. Yo me pegué hacia la reja de Beco, y un señor más alto que yo gritó que el piquete se había abierto y nos iban a dejar pasar. Estaba esperando a un familiar que no aparecía. De pronto la gente comenzó a devolverse, buscando salida hacia el este, y la tensión comenzó a aumentar. Vi a un par de muchachos taparse la cara. Segundos después las primeras detonaciones.

No tardó en subir la nube de gas. Había gente mayor, niño, muchas mujeres. En un primer momento buscamos la salida hacia el este casi con desesperación. Un par de personas grrtaron que no corrieran, una de las voces dijo, tranquilos no pasa nada. Eso calmó. Yo caminaba buscando a mi grupo, un poco desorientada. Me comenzó a picar la cara, una señora se me acercó y  me pasó las manos por la cara, me dijo toma Malox mi niña. Y ahí me calmé.

Encontré mi grupo seguimos. Mientras caminábamos hacia la Francisco de Miranda, empecé a ver a los jóvenes colocarse máscaras, franelas, lentes, todo tipo de indumentaria de lucha y caminar en dirección al piquete. No puedo describir la emoción. No me pude contener. Comencé a tocarlos. A bendecirlos. A rogarles que se cuidaran. A darles las gracias. Me pasaban por al lado muchachas de con sus uniformes de enfermería, de odontología. El pelo agarrado en una cola, un morral en la espalda y una máscara. Sentía miedo y orgullo todo a la vez. En eso me encontré a alguien conocido, me abrazó y no pude contener el llanto. Ya no por las lacrimógenas, sino por la marea de emociones tan grande.

La cantidad de cosas que sentimos de un momento a otro. Incertidumbre. Miedo. Orgullo. Un deseo de libertad. Un sueño común. No dejo de pensar que allí todos tenemos un sueño común. No sé cómo se llaman esas personas, ni ellas cómo me llamo yo, pero nos une algo tan fuerte. Un lazo que es irrompible. Nos une la lucha por la libertad. Por un país democrático, en el que se respeten los principios, los valores, las ideas, las leyes.

No puedo explicar lo que sentí al ver esos jóvenes. Una especie de esperanza crecida. Es ver a una generación que se arriesga sin miramientos por un sueño. Por la oportunidad de vivir otro tipo de vida. Por ese mismo país que yo he soñado todas las noches. Se arriesga para construir futuro, un chance a la prosperidad. El poder vivir en un país en el que uno con su trabajo y su esfuerzo se hace una vida. Se traza sus metas, lucha y las logra, o tal vez no, pero al menos duerme con la satisfacción de haberlo intentado. Un país en el que caben desacuerdos, en el que se respeta la vida, en el que hay garantías y principios que son inquebrantables. Vi a estos muchachos con una convicción que poco a poco fue disipando mi miedo.

Después de un rato vi pasar a los diputados quienes se montaron en motos para ir a la Asamblea Nacional. Las caras blancas llenas de Malox. De nuevo se me arrugó la cara, y sin poder evitarlo fui de moto en moto repartiendo abrazos y bendiciones. Pidiéndoles por nosotros, los ciudadanos. A Freddy Guevera también lo vi. Me conmovió su actitud. Su convicción. Su firmeza. Igual que la de María Corina, a quien también tuve la oportunidad de abrazar en ese momento.

Somos un país roto en muchos sentidos. Mi generación ha visto como en los años más importantes y productivos de la vida se nos roba la oportunidad de hacer tantas cosas. Día tras día, sobre todo en estas últimas semanas he tenido que poner mis sueños y metas a un lado, porque llaman otras prioridades. Porque la vida se va haciendo demasiado complicada. Porque lo busca el régimen es eso, que nos preocupemos por sobrevivir para que no nos ocupemos de vivir. Sin embargo, hoy también entendí que a veces las misiones cambian, las oportunidades se abren, las lecciones están allí, para que uno las tome. Hoy entendí que la educación que me dieron mis padres está siendo puesta a prueba. Entendí el llamado a plantarme sobre mis principios y valores para defenderme, y para ubicarme dentro de la historia de mi país, como ciudadana, como mujer, como madre, incluso como profesional. Entendí la gran responsabilidad que tenemos. Y lo que me llena de esperanza, al igual que de tristeza frente a esta represión brutal, es ver la dignidad, el honor y el compromiso que hay en la gente que quiere a Venezuela libre y próspera. La gente está en la calle y está convencida. Lo que yo sentí hoy fueron dos cosas, la brutal represión y la cobardía, frente a la convicción.


Ahora entiendo por qué Maria Corina y otros líderes dicen que esto es irreversible. De una entrega como la que este pueblo está dando no hay marcha atrás.

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