Rituales para la despedida
Las Palabras.
Mantenerlas
vagas. Es mejor siempre irse por los lugares comunes. Los caminos transitados.
Las promesas que en realidad nunca fueron tal cosa, sino más bien, una especie
de sueños, de futuros imposibles. Pero igual, hay que asegurar, con firmeza,
con convicción, sin ningún tipo de cambio en el pulso, que pasarán cosas que
uno sabe que no van a pasar. Peor. Que uno no quiere que pasen.
No
diga la verdad. No se debe ser sincero. No se deben ordenar las palabras
buscando articular con signos verbales aquello que el corazón le traduce al
cerebro con el nombre de: Verdad. No se debe pensar en la realidad. En lo que
es. Es mejor usar fantasías para colorear la realidad lo mejor posible. Para
suavizar golpes.
Hay que
mantenerlas al mínimo posible. El detalle es que cuando ya se fue
emocionalmente, cuando ya huiste, ya saliste, ya estás a miles de kilómetros de
distancia, ya no eres ni un punto, ya te tragó el horizonte, hay algo que no te
permite dejar de articular sin sentido. Como para convencerte de que ya te
fuiste. Como para creerlo. Como para que no quede la duda. Como si te hubieras
desdoblado, y entonces tú ser real que está en otra parte necesita una última
confirmación de que ya te has ido. No hay que hacerle caso a los hologramas.
Cuando
ya te fuiste.
Te fuiste.
Adiós.
Eso es suficiente.
Te fuiste.
Adiós.
Eso es suficiente.
El Abrazo
Debe
ser apretado. De cuerpo completo. Uno debe buscar estrechar con el pecho. Como
si el adiós fuese algo que entra al estilo puñalada y que se clava en la
cavidad torácica. El abrazo debe ser prolongado. Debe sentirse esponjoso y
pesado. Debe haber algo de cansancio. Como si fuese la puerta de una jaula que
estamos a punto de abrir. Al momento del abrazo uno debe sentir en la punta de
la lengua un gustito a libertad. Y es allí, cuando ese sabor comienza a
desarrollarse que uno suelta. Y se va.
Las Lágrimas
Sólo
dos son suficientes. Una para el camino y otra por los recuerdos. Más de dos
lágrimas es llorar por lo perdido, y eso no tiene sentido. Al menos no en el
momento del adiós. Eso ya es desahogo. Pero el desahogo es otra cosa. Otro
ritual distinto.
Los Gritos
Si
el adiós es violento, los gritos deben tener mucho colmillo. Insultos
limitados. Una cierta pasividad dentro de la agresividad. No deben ser gritos
de rabia. Más bien deben ser gritos tóxicos. Gritos de piedras. De los que van
levantando un muro, que tal vez no se pueda derribar nunca más. Deben venir no
de la garganta, sino del hueco que hay entre el bajo vientre y el diafragma.
Accesorios
Portazos.
Objetos lanzados, nunca a la persona, contra el suelo y sin ánimo de romperlos,
eso es simplemente un derivado. Caminadas de zapateo duro, de abrir grietas en
el suelo. De terremoto existencial. Miradas largas. Expresivas. Inexpresivas.
Silencios incómodos, de los que te hacen sentir que estás agarrando el momento
por un hilo y que poco a poco lo vas dejando caer, y no puedes hablar, porque
no piensas en decir algo o en lo que tienes o deberías decir, más bien piensas
en el hilo, en como va descendiendo entre tus dedos. En como puedes tocar el
aire, en como es tangible el tiempo. Ahí en tus manos. Lo sientes correr,
mientras miras en otros ojos el vacío, la espera.
A Evitar
Discursos
preparados. Frases contundentes. Besos. Arañazos. Lisonja emocional. Lástima.
Perdones. Poesías. Regalos. Flores. Recuerdos arrastrados desde lugares de la memoria
que ya fueron clausurados. Armas.
El paso más
importante
En realidad para decir adiós sólo hace falta abrir las manos
y dejar ir.
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