Los grandes olvidados de Dios

Esta mañana, como tantas otras, me llegó un tweet que me llenó bañada en lágrimas. Una chica me cuenta cómo su tía está en una etapa del cáncer de mama en la que casi nada se puede hacer por ella. Claro, que si algo aprendí mientras trabajé en el M.D. Anderson es que nadie te puede decir que no hay remedio, ni cuánto tiempo te queda. Aún así toda regla tiene una excepción. Esa excepción hoy en día se llama Venezuela. 

Lo que no ha pasado, me temo, nunca lo vamos a llegar a entender. Yo no soy historiadora, pero cómo me hubiera gustado serlo. A mis casi cuarenta años me doy cuenta de que me equivoqué garrafalmente de profesión, o que al menos he debido culminar mis estudios de historia del arte porque un bachelor´s no es suficiente para llamarme historiadora. El caso es que desde hace más de un año me he dedicado a estudiar la historia de la Unión Soviética, de la Europa de la Guerra y la Posguerra y de los procesos totalitarios que protagonizaron los horrores más grandes del siglo XX. Es demasiado lo que me viene a la mente cuando pienso en ello. Es todo una gran mentira. Son todas las grandes verdades de la humanidad. Es la atrocidad. Es la esperanza. Son demasiadas incógnitas. Pero si algo puedo ver con claridad es que unos procesos tan doloroso no se entienden sino hasta décadas después. Y yo me temo que cuando Venezuela pase su proceso, cuando haya chance para pensarlo en frío quizás ya no estaremos vivos. 

Como al menos no quiero que me pase encima la Historia. La Historia con H mayúscula, sin haber hecho el esfuerzo de entender, entonces también me estoy dando a la tarea de estudiar historia no sólo de Venezuela, sino de América Latina. Es tema de otro post, pero el haberme mudado a otro país de nuestro continente me ha hecho entender que tenemos un destino común, pero que a la vez somos universos tan distintos. Y como nada es casualidad entiendo hoy mejor que nunca que la distancia es también una oportunidad para mirar más de cerca. El tema no es a cuántos metros estás del epicentro, sino qué tanto se acercan tu alma y tu intelecto. Y por eso leo poesía e historia. 

Venezuela antes de 1958 tuvo más de 150 guerras. Nuestro proceso de independencia fue por resumirlo en muy pocas palabras, caótico y en extremo sangriento. No somos esa nación del todo chévere que siempre hemos creído ser. No somos tan pacíficos. Y si lo somos hoy en día es quizás porque nuestros huesos están cansados de tanta sangre. Y quizás con ese afán de evitar lo inevitable, o de no enfrentar lo que había que enfrentar, crecimos como una generación que tenía un país tan bueno que cuando lo vio en riesgo en vez de defenderlo preferimos esconder la cabeza en la tierra como el avestruz. Y sí digo que teníamos un país bueno, tan bueno. No era perfecto, sin duda. No pera primer mundo, en absoluto. Pero era un  buen mundo. Un buen mundo que cambiamos por el infierno. 

Yo sé que no gusta mucho que uno use la segunda persona del plural para hablar de esta tragedia. Y creo que quienes lo hacen tiene razón. En el fondo hay muchas cosas de estas que no son culpa mía, ni tuya que lees esto. Pero la verdad es que para bien o para mal compartimos un mismo destino. Yo estoy lejos de mi país. No pasa un día en que me pregunte ¿Qué hago aquí? ¿Esto es para siempre? ¿Cómo llegué aquí? Pero la resiliencia me empuja a seguir adelante. La curiosidad a buscar respuestas. Y un sentido de la responsabilidad con mi país a compartirlas. Yo sé que muchos de ustedes se hacen las misma preguntas que yo. ¿Cómo pasó esto? ¿Cómo llegamos aquí? ¿Por qué? Pero quizás no todo el mundo puede articularlas, ni los sentimientos que vienen asociados con ellas como yo. Y no es cosa de mayores talentos, sino de práctica y estudio. Hace años decidí que mi espada iba a ser la palabra. Y en eso he estado. 

Hoy en día Venezuela es un totalitarismo. Por cualquier cosa te juegas la vida. Así es la ruleta venezolana. No creas que estás a salvo. Incluso yo aquí. Lejos. Sé que en realidad no estoy cien por ciento a salvo de nada. Ninguno lo está. Otros están mucho más expuestos. Obviamente todos los que aún residen en Venezuela. Una opinión, un paso, un estar en el lugar equivocado en el momento equivocado, les puede costar la vida, la integridad, la propiedad. Todo. Así es el totalitarismo. 

Desde hace años el sistema se apoderó de todos. Y está tan instalado que hoy en día no sólo busca reprimir el estado, sino que los mismos ciudadanos se han convertido en el brazo de la censura. Los mismos políticos, algunos, cuyos intereses no pienso juzgar en este momento se adjudican todas las banderas. No niego que los persigan, que los acosen, que los maltraten. Soy familia de político. A mí no tienen que decírmelo. Desde el 2004 estoy viviendo la persecución de mi familia. Cuando todavía se vivía la borrachera de los dólares. Cuando se bañaban en whisky en Las Mercedes y la gente te decía que qué dictadura, que qué comunismo si por las avenidas rodaban las Hummer. Ya ahí estábamos viendo lo que era una dictadura. Para que encima se burlaran de ti por usar la palabra. 

La censura sigue. Si osas criticar a un político hoy en día es muy probable que te tilden de “antipolítico”. El término se asocia con Hugo Chávez por el hecho de cuando llegó al poder el sistema estaba quebrado y los partidos colapsaron. Dentro de ese supuesto concepto sólo lo que se da dentro de los partidos es política y todo lo que sea fuera de ello no lo es. Eso quiere decir que el ciudadano y la institución, la institución política valga la ironía, queda fuera de la discusión. Como no soy politólogo debo admitir que todo este tema me deja como tantas cosas de nuestro país y de su historia reciente un poco en ascuas. Como en el aire. Porque términos van, términos vienen y uno lee a catedráticos, intelectuales, profesores, historiadores, llenar sus cuentas de tweeter, sus posts de Facebook, incluso sus artículos de prensa y sus entrevistas de radio de una cantidad de terminología que termina siendo ajena, totalmente ajena a lo que uno siente como ser humano. No digo que muchos no tengan razón, después de todo hablan desde una preparación que uno no tiene. Pero como siempre seré alguien que piensa sólo puedeo decir que no concibo la política sin la voz del ciudadano. Me parece absudo, manipulador, que llamen antipolítica al que se expresa. POrque después de todo la política es argumento y con quien debe argumentar el político al menos en democracia no es con otro político, o no solamente al menos, sino con el ciudadano. 

Sólo puedo decir que en medio de toda esta perorata, de si puedo criticar o no. De si los políticos son criticables o no, a uno  le siguen llegando historias de gente que se muere, que se va morir, que se apaga, que se va. En Ramo Verde siguen recluidos los policías metropolitanos, que ya cumplieron una condena que nunca debió haber sido. En los hospitales la gente va pero ya a morir. A morirse de cualquier cosa y sin nada. Hambre. Desolación. Y el que está sano, está medio vivo, porque encima le limitan su derecho a apropiarse también de su tragedia. Como si vivir sin futuro no fuese una muerte. 

Yo leo historias como esta. Luego leo a un dirigente, a una periodista que habla de que no critiquen a los políticos, y lo que siento es una gran desolación. Porque esos venezolanos. Con sus pequeñas cuentas de tweeters. Sus peticiones desesperadas. Su llanto silente. Su grito ahogado. Esos son los grandes olvidados de Dios. 

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