6D: Triunfo de los ciudadanos

“Si puede encontrarte con el triunfo y el desastre,
Y tratar a esos dos impostores de igual forma”.

Así dice uno de los versos de la poesía Si, de Rudyard Kipling. Una poesía que habla sobre aquello que necesita una persona para llegar a ser hombre (o una mujer). En Venezuela quienes nos oponemos a este régimen, y que hemos estado en desacuerdo con sus políticas desde el comienzo en 1998 sabemos bastante del desastre. Quizás finalmente aprendimos a encontrarnos con él, o quisiera creer que ha sido así y que ese aprendizaje es lo que nos llevó al triunfo.

En una coyuntura como esta, en un momento tan complejo, la verdad nadie la tiene en la mano, sino que está compuesta por fragmentos tan pequeños que a uno le cuesta hacerse una imagen sólida de la realidad. Son demasiadas preguntas, demasiados actores, y sobre todo demasiado en juego. Es casi imposible ser objetivo y pensar fríamente.

Si algo comprobamos el 6 de diciembre de 2015 es que los ciudadanos tenemos la última palabra. Y no quiere decir que el CNE aceptó por las buenas y que todo fue un proceso tranquilo y normal: una fiesta democrática. Creo que mucha gente no termina de entender que detrás del primer boletín hubo gente que dio todo por el todo, que no siempre las cosas estuvieron claras y que de no haber triunfado la presión ciudadana estarían hoy escribiendo un capítulo muy amargo en su historia, como ya ha pasado en otras elecciones.

Dicen que la derrota es huérfana, y que la victoria tiene muchos padres. Cuando se pierde generalmente el mal perdedor, o el animal político, se levanta buscando señalar al que pueda para librarse de la culpa ante la mirada de la gente. En la victoria es distinto, todos quieren adjudicársela al completo. Es quizás humano. Lo que me preocupa es que en este caso no sean tanto los políticos, sino los mismos ciudadanos poniéndole cara a la victoria, y esa cara no es la nuestra. Es como si no quisiéramos asumir ni la cuota de gloria que nos toca, sino que estamos tan acostumbrados a seguir a un líder que tenemos que ponerle una cara, y darle las gracias. Para algunos es un militar, para otros un civil, para otros quién sabe. El caso es que las redes están inundadas de gracias a terceros, algunas muy válidas, pero con poca mención a los ciudadanos. A sí mismos. A pesar de los riesgos, de los nervios, del hecho de que en una elección si la gente no participa no sirve de nada.

No sé qué pase con la Asamblea Nacional. Es de una ingenuidad muy peligrosa, y que el gobierno puede aprovechar, pensar que aquí todo está resuelto. Venezuela ya cambió. Es decir la gente. Pero ahora faltan las instituciones, y con las instituciones la economía, y con la economía, la cultura, y con la cultura la sociedad. Y así.  Ese cambio también depende de nuestra mentalidad, de cómo vamos a comportarnos como ciudadanos. Debemos exigirles a funcionarios y políticos que hagan su trabajo, pues son servidores públicos. Que cumplan con la ley, y sobre todo con el compromiso que están contrayendo con el país, que no es por un partido, que no es por un nombre, que no es por una sola idea, que no es por un solo liderazgo, ni una sola cara, sino por un proyecto conjunto. Es una nación que lo se quiere refundar, y allí tienen que tener cabida todos los ciudadanos, algunos que son afines a nuestras ideas y sí, algunos con una manera muy distinta de ver las cosas. Al final nos une el gentilicio y la condición que establece la constitución de que todos somos iguales ante la ley y que nuestros derechos fundamentales deben ser respetados.

A veces pareciera que el caudillismo está demasiado arraigado en nuestro ADN. Que pase lo que pase queremos que sea alguien, una sola persona, la que se lleve el crédito. No sé si será una cuestión de seguridad o de comodidad. O más bien una mezcla de ambas. No es culpa mía, si es de otro. No tengo demasiado que pensar si sólo sigo las ideas de este, que es mí líder. Llámese como se llame. Esa constante necesidad de otorgarle la infalibilidad a alguien y de seguirle como sea, de no aceptar otros planteamientos. Mientras, el país se cae a pedazos y nos sumimos en el desencuentro, porque a pesar de que la voz del país fue clara el día de la elección: queremos libertad, al día siguiente queremos someternos de nuevo a una única idea. Y una única idea, del color que venga, será siempre una forma de sumisión.


Venezuela quiere libertad, pero me da miedo pensar que por ahora sólo se refiere a libertad económica. Aún queremos renunciar a la libertad de pensamiento, aún nos cuesta ver lo que tenemos delante de nosotros. La lectura principal del triunfo es que el esfuerzo, el aporte, la contribución de todos los factores es necesaria. Que aquí ganó una alianza, que la gente no votó por un nombre, ni por una mesa, ni por un color, sino por un movimiento, por un cambio, por un nuevo rumbo.  Así como lo ejercimos ese día debemos ejercerlo en nuestra actitud, asumir nuestra responsabilidad y reconocer el papel que cada quien ha jugado en la victoria parlamentaria. Si no, nos vamos a fracturar de nuevo, y el fracaso ya sabemos como es. La unidad no se limita a la batalla, se debe ejercer en la victoria. La unidad no es sólo una mesa, no son sólo políticos, es la sociedad civil la que debe permanecer unida, y la que debe unir a sus políticos. Exigirles que se unan, pero sobre todo, que se respeten.

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