¿Qué quieres?
¿Cuánto
tarda un huevo un cocerse? Es una pregunta de esas que uno pensaría que debe
tener una respuesta absoluta. Pero no. Todo depende. Porque el nivel de cocción
depende la mirada, de las papilas gustativas, hasta de los traumas de quien
cocina o quien come. Hay quien concediera el huevo cocido cuando aún la yema
sale sangrando al pinchar el centro, para otros el nivel de cocción justo es
aquel que lo deja todo como una gran esponja amarilla y chiclosa.
¿Quién
eres? Debería tener una respuesta concreta. Soy esta que está aquí. Soy la que
es capaz de quitarse los zapatos, pero sólo después de la media noche. Soy la
que siempre dice que sí. Soy la que siempre sonríe, antes que nada y al final
de todo. Soy la que siempre responde y siempre aparece y falla casi tantas
veces. Y puede de repente no estar. Soy falible. Arma blanca y secreta de mí
misma. Mi peor enemigo. Mi propio desencuentro. Soy la que busca una salida de
emergencia a su vida, a su cuerpo.
Me miro
muy profundo y es mucho lo que veo. No sé si alguna vez has tenido esta
sensación. Soy capaz de hablarle a distintas versiones de mí misma. Soy capaz
de verme en tercera persona, y hablar de mí en segunda persona del plural.
Debajo de mi cama vive mucha, mucha gente. Varias pieles. Incluso he pensado
que la próxima vez que solicite una historia médica debería preguntar a cuál de
todas las versiones de mí pertenece. No, es que esta realmente, no tiene ese
tipo de problemas. Puede ser que lo tenga. Que lo padezca físicamente, pero
sentirlo, disculpe enfermera, no lo siente.
¿Y qué quieres? Dice ella, porque yo creo que
no sabes quién eres, dudo que puedas tener claro todavía qué quieres. Es hora de irse. Entonces me paro frente a le espejo. Debajo de
mi ojo izquierdo hay una mancha, otra más pequeña, un lunar. Es el tiempo. Es
el sol. Es lo que ha pasado. Es una advertencia, en esta vida lo que te marca
es irreversible. Pero puedes probar otras versiones de ti, a lo mejor esas
otras versiones no están marcadas.
Y yo.
Yo siempre en silencio. Yo mirando el suelo. Como si fuese abrirse, como si de
allí fuese a surgir una respuesta contundente. O una respuesta al menos.
Incorrecta, quizás, pero respuesta al fin. Como si alguien o algo pudiese soplarte las
vueltas correctas de la vida.
¿Sabes
qué quiero? Construir cosas. Pero es demasiado tarde. Cosas ya no puedo
construir. Digo puentes y edificios. Casas. Techos con gente que viva dentro.
Con paredes y puertas y camas con sábanas y a almohadas. Demasiado tarde.
¿Qué
quiero? Digo ahora. ¿Has escuchado Queen? I want it all. And I want it now. Lo
quiero todo. Todo. El diluvio y el desierto. El aterrizaje sereno y la caída
estrepitosa. La ternura y la flagelación. La espera lenta, torturadora,
agonizante, viendo como se evapora el calor y la vida. Quiero madrugadas de
gritos y tardes mudas. Quiero ver amanecer y la total oscuridad. Quiero ser
todo. Como un ave. Quiero usurpar la pluma desde la piel. Quiero beberme la
ficción, créemela hasta el final del cuento. Quiero desafiar y convencer, pelear hasta el último movimiento de la espada, hasta que no quede aire que cortar.
Quiero colmillos, nudillos y plantas de pies. Quiero lenguas y leguas de
camino. Quiero recorrido y reposo. Quiero la cabecera del río y el delta.
Quiero la voracidad y la saciedad y el agotamiento, quiero la pujanza. Quiero vacío, ausencia, quiero invasión y bandera marcada. Quiero desenterrar el hasta con las uñas, quemarla y luego volver a perder el territorio. Quiero
añorar. Quiero abrir los ojos y decir, lo tengo todo, pero este espacio está
totalmente vacío. Quiero la puerta cerrada y la violación del candado y la
huida como ladrones y la puerta grande. Quiero reírme hasta llorar y decirte,
¿ves?, ¿ves?, como los extremos se tocan. Quiero todas las voces y ningún
juicio. Quiero todos los papeles y los instrumentos. Quiero las voces. Quiero
la absolución y la condena. Quiero todo, menos lo que esperas.
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