La lectura y los hijos




Uno dice que promover la lectura en la casa es fácil. Pero en realidad no lo es. Claro que se hace más fácil cuando uno tiene el hábito como adulto. Pero aún así, muchas veces uno siente que ser papá o mamá es suficiente trabajoso como para además sacrificar las horas de lectura. Es algo que me suele pasar con todo. ¿Para qué voy a cocinar? Si puedo estar leyendo. ¿Para que voy a hacer ejercicio? Si puedo estar leyendo. ¿Para qué me voy a ir a tomar café con tal o cual amigo? Si puedo estar leyendo. Lo cierto es que a veces se nos olvida que la lectura lo abarca todo. Que la lectura alimenta la vida y la vida alimenta la lectura. Y hacer ejercicio, cocinar, tomar ese café en el que le cuentas a tu amigo sobre la vez que te conseguiste a un jugador del Barca o aquel recuerdo tan amargo que tienes de haber terminado con alguien que creías era una persona más definitiva en tu vida, todo eso alimenta la lectura. Pero sobre todo, nuestra vida como lectores se alimenta con nuestros hijos.

Mi hija, aunque no lee, todavía ni hemos comenzado con las letras, ya es una lectora. Ama los libros. Y me doy cuenta de ese amor porque durante las vacaciones compartimos juntas una de mis actividades favoritas, pasarnos un par de horas en una librería. Sacamos libros. Buscamos. Yo por autores, por títulos, ella por colores, por personajes que le llamaron la atención. A veces ella cedía ante mis sugerencias, otras yo ante las de ellas. Al final, las dos terminamos descubriendo cosas que nos conmovieron, que nos interesaron, otras que no tanto, y claro está salimos con una torre que no se ajustaba ni al presupuesto, ni a la cordura, pero que yo sé que es el tesoro más valioso que le puedo dejar. El hábito de la lectura. Porque si le llego a faltar antes de tiempo, es allí dónde espero que encuentre lo necesario para convertirse en la mujer que desde ya sé qué es, y que mientras esté en la Tierra yo tengo el deber de formar y pulir.

En estos primeros días del año hemos cambiado un poco nuestra rutina lectora. Ya no es tanto a la hora de dormir. Sí. El hábito de leer antes de dormir es algo que yo tengo, algo que hacía con mis papás, es un momento de intimidad, sin duda lo disfruto. Pero la realidad a veces no es tan sencilla, y las cosas no pueden ser forzadas. Me levanto temprano. Tengo mil responsabilidades. Varios proyectos, entre los que está como no, contagiar a la gente que me rodea del hábito de lectura, ayudar a otros padres a crear ese vínculo con sus hijos. A hacer de sus hijos lectores. Pensadores críticos. Enseñarlos a leer. A veces a la hora de dormir, no estoy en mi mejor momento para sentarme a leer cuentos. Entonces, en vez de rendirme, o de hacerlo apurada y de mala gana, busco otras horas.

Últimamente la hora de la comida se ha vuelto La Hora del Cuento. Sí. Nos tardamos más comiendo. La carne y el arroz se enfrían. Pero me doy cuenta que los vegetales desaparecen más rápido y con menor esfuerzo, y sin la ayuda de la televisión, hábito con el que no estoy para nada de acuerdo, aunque yo fui una adolescente que creció comiendo con televisión, y hoy de adulto comprendo que no me trajo tantas cosas buenas. Tampoco malas. Simplemente no añadió. Es mucho más sabroso comer leyendo. Me doy cuenta que mi hija se hipnotiza con las historias que contamos, y que poco a poco ha comenzado a esperarlas. Esta mañana, camino al desayuno, tuvimos que pararnos en el estante de libros antes de llegar a la mesa. Quiero el de la rana princesa. Y por eso casi llegamos tarde al colegio. Por estar metidas dentro una historia de Mario Ramos.
A veces pensamos que los libros y la televisión tienen una competencia injusta. Esta última es más divertida, más llamativa, más sí, entretenida. Lo adormece a uno. Los adormece a ellos. A veces los veo, casi en trance frente a la tele y me da toda clase de remordimientos y sensaciones negativas, aunque ese momento me esté dando algo de paz para hacer otras cosas que tengo y quiero hacer.  Sí. Mis dos hijos mueren por Mickey Mouse. Le tienen una devoción y lo reciben con una alegría, que casi da celos. Y el programa La Casa de Mickey no es malo. Tampoco quiero se sean unos alienígenas, que no saben lo que es Disney o Discovery Kids. Al final, el balance también servirá para nutrir su vida como lectores, y para sus relaciones con el mundo, con las demás personas.

Sin embargo, ese momento de compartir juntos la lectura es invaluable. Da para muchas cosas, pero no sólo para dejarles a ellos un hábito fundamental, sino para uno mismo crecer, reflexionar. A veces uno desde el pedestal de la seriedad se olvida, lo realmente serio que es ser niño, que es la literatura infantil, lo hermosa, lo poética que es. Cosas de las que uno se olvida, pero que de vez en cuando es importante recordar, sobre todo en esos momentos en que uno se cansa, o la vida sencillamente se pone más pesada. 

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