Kung Fu en el Mercado y el Asiento del Autobus

Hoy pasé una pena. Una tontería, pero pena es pena. Todo por culpa de Shakira. La verdad es que culpo a Shakira, y un poco a las caras de culo de la gente cuando te ven con un niño. Hay quienes prefieren una bomba bactereológica antes que a los niños. Te ven entrar con el coche y ya están torciendo los ojos y poniéndote cara de: ¿Qué haces tú con eso aquí?

Entonces esperan. Te dan un par de minutos a ver si tu hijo es de primer mundo, digno hijo de la canciller alemana, o si es una futura carga para la sociedad. Es decir, si llora. Fue mi caso una vez más esta mañana. Entramos al automercado y ya estaban un par de viejas viendo el coche con asco.

Estoy dando la vuelta por lo que yo llamo el Museo de Vegetales (aquí cada cosa es más bella que la otra, así provoca hacer dieta, ser vegetariano hasta el punto de volverse conejo y no probar carne más nunca. Lamentablemente yo no estoy haciendo eso y si sigo comiendo así, lo juro, no es que voy a engordar, es que me va salir una tercera nalga.) Y de repente la pioja empieza a llorar.

Mi pioja heredó de mí, el gañote. Los gritos que pega se escuchan cuatro cuadras a la redonda. Nuestros vecinos deben estar preguntándole al cielo qué han hecho para merecer el tenernos a su lado. Cuando una no habla como si se estuviera comunicando con el espacio exterior, la otra, entonces lo grita. De hecho ayer, tomando un café, la pioja pegó un grito tal que todo el local se quedó en silencio. Recibimos unas cuantas miradas cortopunzantes, y menos mal, las risas de una familia numerosa, que más tarde, casualidad de la vida, nos encontramos en la calle. Esta vez fueron ellos los que empezaron a gritar: "El pajarito del café!" y se acercaron a saludarnos.

Volviendo al automercado, estábamos allí entre la verdura que parece de mentira, cuando la pioja comineza con su concierto. Gritos y un llanto desesperante que se traduce en: bájame del coche que quiero romper algo. Empieza a sonar una canción de Shakira. Así que empecé a escoger mi verdura bailandito, cantando el samina mina mina. E. E. Waka, waka. Ee. Ee. Sin que me importase quién me estaba viendo. Después de todo me había levantado temprano y había escrito sabroso esa mañana.

Así que estoy ahí bailando en la mitad del super y pienso, parece que estuviera filmando la peor película de Salma Hayek. La propia latina desubicada que baila en un lugar que nada que ver. Pero a mi hija le gustaba. Se estaba riendo. Y yo estaba contenta. Además, levanta el ánimo bailar como si no importara nada más en el mundo. Como si los extraños no existieran.

De repente, haciendo una de mis piruetas, le doy una patada de Kung Fu a un tipo. El pobre de milagro no se fue de boca entre el pasillo que tiene los cambures, las fresas, y los kiwis y del otro lado tomates de todo tipo. En tomatazo casi termina mi acto público.

Hasta ahí el baile. Lado positivo. El pana que pesa las frutas se hizo mi amigo.

Luego en la tarde nos montamos por enésima vez en el autobus. Adoramos el autobus. Yo me siento como en un acuario. Por lo general nos montamos en horas en que no hay casi gente. Me pongo a la pioja en las piernas y vamos viendo todo. Varías personas nos han saludado desde la calle y se han reído. Es sabroso reírse de repente con alguien. Es una forma de alegar el día de los demás, y de alegrárselo uno también. Siempre he pensado que se subestima el valor de las sonrisas. Las sonrisas pueden cambiarlo todo, aunque no parezca.

El viaje de hoy fue divertido. De ida la pioja se emocionó tanto que empezó a gritar. Ella grita como si fuera hija de Mariah Carey. La palabra agudo no describe bien el tono. No es un pito. No es un piano desafinado. No es un pájaro de la selva amazónica. Es algo que mezcla todo lo anterior. Un viejo amargado nos vio con cara de "no te pego un bastonazo porque es ilegal." Hay gente que no tiene paciencia.

De regreso otro viejo me regañó porque habían dos sillas libres y yo me quedé parada esperando a que él escogiera la que quería. Lo hice porque era un señor muy viejito, con un severo problema de la columna. El problema es que a ningún viejo le gusta que lo traten como viejo. Pecado mortal. Me salió regaño, y en público.

- Bueno siéntese, hay puesto suficiente!

Risa nerviosa. Me senté en una silla. Después me pasé para la otra. Flashback a segundo grado.

Me dejó pensando en eso de darle la silla a alguien cuando vas en el transporte público. Me pasó muchas veces cuando estaba embarazada que siempre había alguien que se apiadaba. Pero también me pasó lo contrario. En eso me quedé pensando que no recuerdo la última vez que le di mi silla a alguien en el metro o en el autobus. Sí he visto gente que ha merecido que lo haga. Pero siempre lo ha hecho otro por mí.

Entonces, ¿Qué pasa? Es vergonzoso la verdad. Unos siempre está esperando a que salga otra persona a hacer lo que hay que hacer. Parece que siempre aparece alguien más a dar la talla. A cumplir con la obligación. Reconozco que me he vuelto cómoda. Que siempre espero a ver si no queda más remedio. Y eso me da remordimiento.

Tengo una tarea. Para la próxima me paro como un rayo veloz.

Comentarios

marialerondon ha dicho que…
jaja me imagino la escena del super y me da mucha risa!
frustrados aquellos que lo miran a uno con esa cara de culo.
No hay nada mas fino que vivir como en un musical con los chamos!

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