Sobre Patria o Muerte
Prometí que iba a escribir mi
opinión sobre el libro Patria o Muerte de Alberto Barrera Tyszka apenas
terminara su lectura. No suelo comentar los libros que no me gustan, prefiero
en general hacer uso de aquello de, si no tienes nada bueno que decir no lo digas.
Pero confieso que yo soy así. Sí soy un poco hater. Cuando algo no me gusta, no
me gusta y punto. Y lo digo. Sólo que no lo subo a las redes. Quizás es también
por aquello de, no le hagas los demás lo que no te gusta que te hagan ti. La
verdad es que siento que en este país se ha puesto de moda el rechazo a la
opinión que va en contra de lo que piensa o dice la mayoría. Por eso en general
me callo muchas cosas con las que estoy en desacuerdo, pero la verdad no dejo
de pensar en el flaco favor que le hago a mis lectores cuando me quedo callada
y no expreso lo que siento.
Así que empiezo por decir que
esto es sólo una opinión. Además, es la opinión de alguien parcializado, porque
al ser venezolana la visión de todo esto está parcializada, y lejos de tenerle
miedo a eso prefiero reconocerlo. Nunca fui chavista, ni voté por Chávez, ni
dudé en hacerlo. Lo que no quiere decir que no entienda o al menos trate de
entender por qué, de dónde y cómo surgió un movimiento como este. No soy de las
personas que condena a todo el que es chavista, creo que hay que entender por
qué tanta gente creyó y quiso el modelo planteado, o al menos la promesa que le
hicieron. El problema es en lo que se convirtió y quienes se aprovecharon, que
no son todos del PSUV, por eso condeno y me deslindo del deshonesto, el que se
ha aprovechado de su condición de poder para saquear el país. Enchufados de
todo tipo, algunos en cargos públicos, otros en guisos que uno ni imagina. Que
con tanta muerte alrededor ya uno piensa que caben en la palabra asesinos. A mí
modo de ver el problema se manifiesta en Chávez, pero va mucho más allá. Y si
me preguntan no creo que saliendo de un presidente todo vaya a estar bien,
porque nuestro problema no es sólo económico, sino moral, y lo que tenemos que
refundar también es la relación con nuestro país, y los valores que nos dan
sentido de pertenencia a él.
Ahora, en cuanto al libro,
sinceramente pensé que iba a hurgar justamente en esos conceptos. La Patria y
la Muerte. Pero no los vi casi por ningún lado. Si bien Alberto Barrera es un
talentoso escritor y he disfrutado de sus artículos, incluso cuando he estado
en desacuerdo con lo que plantea, como novela esta historia no me llegó. Creo
que no funcionó narrado en tercera persona, que la omnisciencia lo puso por
encima del lector, y sí, no dudo que él sabe muchísimo más de Chávez que yo. Yo
no sé casi nada, pero justamente lo que busco en la literatura, tanto en la
ficción como en la no ficción, es un camino de reflexión. No una clase. Me
sentí un poco subestimada como lectora con el libro. Mi problema es con el
tono. Cuando la novela se pone reflexiva pasa a una cátedra, no un vehículo de
pensamiento crítico.
Ciertamente las imágenes son
excelentes. Los ambientes están bien creados. Se nota que el autor sabe lo que
hace cuando escribe y cómo se imagina la escena que está montando, pero luego
no muestra, sino que dice. Y yo necesito que me muestren, porque a partir de
que se muestra lo que sucede es que uno se forma una opinión propia. Al final
del día la lectura es un ejercicio de libertad. Apreció la idea de mostrar
distintos puntos de vista, y en algunos casos, lo logró muy bien. La historia
de las mujeres que invaden el apartamento fue la mejor lograda. Con esa me
enganché, ya que esos personajes se desarrollan con un poco más de profundidad,
con mejores descripciones, y en los momentos en que el autor sí reflexiona lo
hace en un tono más llano, sin “saber” tanto y asumir que el lector lo ignora
todo. Si la novela se hubiera agarrado de allí el libro hubiese sido otro.
Porque después de todo hay tantas novelas como lectores haya, hay tantas
verdades como venezolanos hay. Y yo lo que quisiera es una novela que nos ayude
a verlas. Algunas son desgarradoras, porque este país es una tragedia crónica.
Esto es un espanto que no hemos podido ni asumir, y lo que nos va a ayudar no
sólo a intentar a entenderlo, sino a aproximarnos a sanarnos y a reconciliarnos
es escuchar nuestras historias.
Por último creo que la novela no
es verosímil. Prometo que quise que lo fuera. Que me detuve, de hecho se lee
muy rápido pero me di unos días, y dije, a ver …piensa, esto podría ser. Hay un
par de historias y algunos detalles que me alejaron, me confundieron y me
desconectaron. Quizás porque ya uno tiene demasiado tiempo aquí y sabe cómo son
ciertas cosas. Está el argumento de que “la novela es para que los extranjeros
entiendan Venezuela”. Bueno pero, yo esperaba otro retrato de Venezuela.
Venezuela es el país que dejó
morir a Franklin Brito. Y no hablo sólo del gobierno. Sino del país. Todos lo
dejamos morir. Lo vimos ahí. Lo leímos en diarios. En la radio. En las noticias.
Venezuela es la tragedia de los hermanos Fadoul. Venezuela es un país donde
matan a cuchilladas a dos muchachos y la gente se consuela con, parece que fue
ajuste de cuentas. Como si eso nos librara, nos salvara, nos eximiera de algo.
Que ni sabemos bien qué es, pero no vemos que es el horror de echarle la culpa
al muerto. Ya que el asesino legalmente no la va a tener, entonces la justicia
tiene que ir a parar algún lado, y siempre termina en el del que no puede
defenderse.
Este es el país en que una
muchacha que daba clases de yoga a una amiga se llevó una mañana de Jueves
Santo a su papá con una hemorragia en un taxi, y el taxista los mandó a bajar
porque le ensuciaban la unidad. La muchacha desesperada paró un carro, y el
carro que paró estaba manejado nada más y nada menos que por un miembro de un
colectivo. Cuando llegó a la emergencia del hospital, el médico de guardia,
cansado, después de una noche espantosa, trágica, sangrienta, harto ya de
operar a punta de pistola le dijo que lo lamentaba pero que él no lo iba a
atender porque no atendía a más miembros de colectivos. A lo que la muchacha
lloraba desesperaba e intentaba explicarle que sólo le habían dado la cola, que
ella no tenía nada que ver con el conductor,
mientras el tipo del colectivo sacaba un arma y apuntaba al médico. Mientras
discutían el señor murió en brazos de su hija, en el suelo. El médico no quería
firmar el acta de defunción, pero cuando vio que en efecto le iban a disparar
optó por hacerlo. Porque ya sabe que al final sí que disparan. Y que después de
todo al final aquí todo es vida o muerte. Todo. Desde poner un pie en la calle,
hasta hacer tu trabajo o negarte a hacerlo. Y lo peor es que leemos y vemos
cosas como esta y nos dedicamos a juzgar. Porque además eso somos. Como quizás
yo juzgo a Barrera. No lo sé. Pero yo siento que tenemos que conocer más
historias y menos teoría. Porque la teoría no es nada sin el detalle. Sin estas
vidas que se nos han vuelto no vidas.
Que vean Venezuela afuera…Y ¿Qué
es Venezuela? No lo sé la verdad. Honestamente. Ya no sé si es un recuerdo o si
es un espejismo. Si es un ideal o unas ganas. Un proyecto. No sé si es un
sueño. O una ilusión. Sé que todos los días tengo que decidir con qué parte de
la realidad me voy a quedar para no reventarme. Sé que la amo y me quiero
quedar, pero también que me quiero ir corriendo. Que me pregunto ¿qué carajos
hago aquí? ¿qué más tiene qué pasar? ¿qué hago? Para que trabajo, para que
educo, qué harán mis hijos si crecen honestos en un país en el que pareciera
que lo único que sirve es ser malandro y mediocre. Luego digo que no me puedo
rendir. Y no sé por qué. Pero NO puedo. Entonces juego a La vida es bella con mis
hijos, porque no quiero robarles su inocencia, porque me niego a contarles una
Venezuela que teman, como yo la temo. Porque incluso me conecto con un amor
profundo con mi país, porque lo cuento bonito, como yo lo quisiera y lo
visualizo, y digo sí. Es posible. Tiene que ser posible. No quiero que teman de
todo el mundo, ni que sospechen, ni mucho menos que juzguen. Hace nada leía a
alguien que decía espantada, que ella sabía quienes iban a bachaquear a su
automercado porque los veía por cómo estaban vestidos. Y comencé a redactar
algo, a contestar, porque por más exagerado que suene pensé en la Alemania
Nazi. Y me dio dolor. Pensé este país se acabó. Esto no tiene remedio. Porque
el día que alguien piensa que sabe quién es otra persona, qué hace, qué la motiva,
si roba o no roba, si tiene derecho o no, si la declaras tu agresora sólo por
su apariencia, ese día la sociedad está quebrada. Ese día sabes que no hay
patrimonio cultural, ni de pensamiento. Y yo, una gran culpable y cobarde, lo
reconozco, cometí el pecado de quedarme callada. Porque no quiero discutir, ni
pelear, ni crear polémica, porque vale chica, ¿qué resuelves peleando por
Facebook? Nada, tiene razón, no sirve de nada. Y así se va callando un país.
Así nos callamos cuando condenaron a Simonovis, a Forero y a Vivas, que por
cierto ese día en Maracay la única que estaba era Maria Corina Machado. Y saben
por qué lo sé. Tampoco hicimos mucho cuando se llevaron a Leopoldo. Y si digo
Renzo Prieto, ¿saben quién es? Y ni hablemos de Cristián Holdak, que ya tanta
gente le quería morder la yugular por haberse ido. Y yo lloré de emoción. Y
pensé en la película Fargo. Debe haber sido así. Y la vida de él jamás será la
misma, y yo le debo. Le demo demasiado a ese muchachito, que más güaramo que yo
tuvo. En todo. Ni hablar de los que han muerto. Y de sus madres. Que ya no los
tendrán. Nunca más. Porque la muerte es definitiva. No tiene reverso. Ni
solución. Nada.
En fin. No pretendo absolverme
de nada, porque la verdad no creo en la inocencia al cien por cien, creo que
siempre pudimos hacer más. Creo que como testigos tenemos una responsabilidad.
La responsabilidad de contar.
Por último si me gustaría decir
que creo que al autor merece un libro mejor editado. Y eso ya no es cosa de él.
Está plagado de errores, tantos como los que pueda tener este blog.
Sinceramente, creo que al menos han podido corregirlo con más cariño, con más
respeto hacia los lectores. Porque humanos somos todos y uno lo entiende, pero
cuando ya parece que fue todo a las patadas uno siente, y lamento el victimismo
actual, eso de que ya a los venezolanos no nos toman en serio. Me pregunto qué
haría Vargas Llosa si le entregaran un libro así. Y sí. Yo creo que a Barrera
deberían darle el mismo trato. ¿Por qué no? Yo quiero vivir en el país en el
que se exige lo mejor.
Para cerrar. Respeto a quien el
libro le haya gustado. Como menciono, libros hay tantos como lectores haya.
Esta es mi opinión y es mi deseo. Y es cierto que a todos nos llegan cosas
distintas. Lamentablemente este no era libro que yo creía. Y eso es todo.
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