El Pájaro que Vive en mi Cabeza y se Come mis Tareas
Mencionar las palabras horno y prendido en mi casa, es invitar a mi cuñado a contar el cuento de cuando dejé el horno de su cocina prendido durante todo un fin de semana. Tenía dieciocho años y ya ni recuerdo qué era lo que iba a cocinar. Sólo sé que lo prendí. Saqué la comida. No lo apagué. Nos fuimos. Al regresar ahí estaba, la manilla en no sé cuántos cincuenta. Un testimonio del milagro de un santo a quien debemos adjudicarle el milagro de que el apartamento no se quemó.
En esa cocina hice otro desastre. Fue un día que me dio por hacer sopa de tomate. Hice sopa como para alimentar a toda la cuadra, serví los platos. Comimos y el resto lo dejé en la olla. Se me olvidó pasarlo a un topper. Mi hermana no revisó. Nos fuimos de fin de semana, y al regresar el domingo allí estaba un nuevo planeta rojo dentro de la olla. Era uno de esos calderos de hierro, pero ni siquiera la estructura del metal pesado pudo combatir la fuerzas del nuevo ecosistema. Tuvimos que botar el caldero.
Sin embargo mi distracción no sólo causa tragedias culinarias. Más de una vez he buscado mis llaves hasta el cansancio para encontrarlas pegadas a la puerta de la casa o peor, a la puerta del carro. Sí. El carro estacionado en la calle. Y sí, tengo un cerrajero de confianza por aquello que me pasó varias veces cuando vivía sola, y que me obligaba a hacer una llamada que incluía las palabras: llaves. Adentro. Apartamento.
Ahora que no vivo sola me ha tocado llamar de madrugada y estructurar oraciones que incluyen: Llaves. Quedaron. Ábreme. Nada peor que la silueta de un empijamado de ojos lagañosos refunfuñando: “coño pana, ¿hasta cuándo?” Y siempre, siempre a la mañana siguiente: “Después de eso no pude dormir.”
Claro que los distraídos, generalmente tenemos una buena estrella que nos protege. Como la que tenía mi Motorola viejo, uno cuyo teclado se ponía azul cada vez que entraba una llamada y que vivía perdido dentro de mi cartera. Un día estaba saliendo apurada y mientras abría la puerta del carro todo el contenido de mi cartera cayó al suelo, incluyendo mi IPod.
Desgracia. El IPod sin protector no está hecho para rodar sobre el asfalto. Steve Jobs los hace bellos, pero no resistentes. Entre gritos de sifrina de Caurimare de “¡Mi IPod! ¡Mi IPod!” No tuve ojos para más nada. Además estaba tarde para una cita. Metí todo en la cartera. Me monté en el carro, comprobé que aún funcionaba el dichoso aparato musical y me fui. Claro que al acelerar sentí que el carro pasó sobre algo, pero en esta ciudad, si no es hueco es cadáver de perro. ¿Cierto?
Dos cuadras más tarde me digo: “voy a llamar a fulano.” Meto la mano en la cartera. No aparece. Normal. Sigo buscando. Estirando y recogiendo los dedos, palpando el estuche de maquillaje, las tabletas de Atamel, el paquetico de aguja e hilo, la entrada vieja de aquel concierto, tiquets de compras de mercado, una pintura de labios, una botella de agua, una caja de chicle, un libro, un bolígrafo. Todo seguía ahí. El extraño mundo de las cosas que habitan en mi cartera, junto a mi portamonedas, todas estaban presentes, menos una. El celular. Y lo supe. No había que buscar más, sino dar la vuelta en U y regresar a toda mecha al punto de partida.
Y allí estaba. El Motorola abierto como una lata de mantequilla. Afortunadamente estaba la pila por un lado y el cuerpo en estado crítico por otro. Los pronósticos de salvación no eran buenos. Al final la pila entró en su lugar y las teclas azules se prendieron una vez más. Ni Mitch Buchanan hizo rescates como ese en Baywatch.
Así tengo miles. Me ha pasado varias veces que me debato ante la pregunta “¿ya me tomé las vitaminas?” Ni hablar de las noticas que tengo que dejarme a mi misma: “hacer cita con el dentista.” “llamar a fulano.” “buscar ropa en la retoucherie.”
Claro que por otro lado no se me olvidan cosas del trabajo, ni que tal día llega la nueva de Murakami a Entre Libros, o que a las 8:30 pasan Law and Order SVU para llenar de algo sórdido nuestras vidas. Las cosas relacionadas con la pioja, generalmente no se me olvidan. Aunque hay una que otra que se me va de las manos.
No sé por qué me pasa eso. No sé por qué vive un pájaro en mi cabeza. Sé que se alimenta de historias porque todo el tiempo ando pensando en ellas. Eso sí lo tengo claro, pero no sé cómo hacerlo parar. He intentado agendas y la alarma del celular, noticas post-it regadas y cuando usaba reloj me lo cambiaba de mano.
Al final, soy una persona distraída. He chocado dos veces en una cola al carro de adelante porque pensando en la inmortalidad del cangrejo no me di cuenta que el carro se estaba moviendo. He ido al mercado a comprar leche y regresado con huevos, facilistas, gomitas, galletas Oreo y al abrir la puerta del garaje, luego del gritpo de “¡Moderrrrfoooockeeeeeeeer!” me he tenido que regresar a comprar la leche.
Me ha pasado que salgo del trabajo a buscar a mi hija y arranco camino a la casa sin darme cuenta para dónde voy. Es más, me ha pasado que salgo de mi casa y las cuatro cuadras me digo “¿a dónde iba?” También me ha pasado que me digo, “son diez para las seis, yo tenía que hacer algo a las seis…¡noooo! ¡Era ayer, a las seis de ayer!”
Sí. No me recomiendo como enfermera. No soy la persona indicada, ni tampoco esa que a la que le dices “recuérdame que tengo que…” como cuando mi esposo me dice “mañana me despiertas a las 7:30” y a diez para las ocho yo entro y digo “te dejé dormir un pelín más.” Pero él ya sabe. No es que no lo quiera dejar dormir un pelín más, es que el pájaro que vive en mi cabeza se comió la tarea.
Comentarios
Me bajo en la siguiente estación del metro. Voy a un sitio y salgo en dirección contraria a la que me corresponde. En la cocina me he cortado en innumerables ocasiones. Si no tengo un marcalibros, puedo leer capítulos enteros de nuevo. En fin, no podemos hacer nada. Excelente tu escrito , como siempre. Saludos
Ora, me da demasiada risa tu nota: ir al banco pedir la clave, jajajaja. Me recuerdas por cierto que tengo que ir al banco. Aaaajjj. Gracias amiga, cariños.
Isadora, qué bárbara, jajajaja. Qué bueno eses cuento. Yo una vez lo que me llevé fueron las llaves del carro de mi papá! Y llegó tarde al trabajo porque no consiguió la copia y me quería matar. Por cierto todo el mundo me acusa de que las pierdí. Gracias por tu comentario! :D
Dinobat! Es verdad...a veces olvidar es mejor que vivir atormentado tratando de ser perfecto. :D
Gracias de nuevo a todos! Nos seguimos viendo por la blogosfera.
Mis amigos me llaman "memoria de pez". Todo se me olvida. Pero no olvido los numeros... soy como John Nash. Recuerdo seriales completos de cuentas bancarias, tarjetas de debito/credito, telefonos del primer ex hasta de su abuela... pero es solo numerico. Mi cerebro no puede guardar mas de tras actividades diarias. Incluso creo que tres es un numero elevado, probablemente sean menos.
Eso, sin contar cuando se me prende el mono (leer post "cual es tu mono")
En fin, sin mi smartphone y mi amada ex asistente que aun me asiste, mi vida seria un absoluto desastre.
Saludos
Pero lo de los post-its, ¡sí funciona! Y la agenda Google-Blackberry también es una maravilla.
Besos, ¡me reí mucho con este post!
Isa, tampoco me gusta mucho dormir. Qué cuchi el comentario de tu novio, también me identifico con ese pececito! :D Lo malo es que los post-it se me vuelan, jaja y bueno sí, tengo que probar el google-calendar, me han dicho maravillas. A lo mejor y con eso lo logro!
Saludos!