Un país
Creímos
creyendo en un país que ya no existe, que tal vez nunca existió. Quizás
crecimos en una burbuja. En negación. Creyendo que podíamos darnos el lujo de
no enterarnos de nada. De que Venezuela siempre sería un lugar en el que se
viviría en un eterno día feriado. Nadie nos preparó para el fracaso. Así como
tampoco nos prepararon para trabajar duro. El país nos tenía que dar todo, y
tenía que darlo porque nos lo debía. El ser venezolano te convertía en un
acreedor de la tierra, más que en un ciudadano.
Pensábamos
que éramos inmunes a una tragedia. Nos creímos más inteligentes, más cultos de
lo que éramos y nos enamoramos de
nuestra propia imagen de gran potencia entre los pequeños. Mientras fuimos uno de los Big 7 de Latinoamerica nos veíamos al espejo como
Narciso, hasta que de tanto admirar nuestro reflejo nos lanzamos al agua,
creyendo como sociedad que nadaríamos en agua bendita, pero terminó siendo un
pantano, que ahora se va secando y se convierte en arena movediza.
No es
cuestión de darnos golpes de pecho. Tampoco de tumbarnos el ánimo, así como
tampoco vale la pena levantarlo sobre falsedades. Lo que tenemos ahora es
nuestra ruina. Caminamos sobre ella. En general estamos tristes y como sociedad
tenemos la autoestima muy baja. Nos
cuesta más que nunca creer en nuestro país y nos expresamos de él en los peores
términos. Mucha gente desprecia todo lo que venga de Venezuela y a los
venezolanos, como si ahora fuésemos los creadores de todos los males posibles,
como si las peores expresiones del ser humano fuesen autóctonas de aquí. O por el contrario, la actitud es positiva
hasta el absurdo. Alabamos la mediocridad, no hacemos crítica constructiva de
nada y nos ofende que alguien lo haga, no nos detenemos a reflexionar sobre
cómo serían las cosas en una situación óptima porque creemos que eso
simplemente ya no es para nosotros. Entonces aceptamos las migajas de lo que
sea, desde una pésima película hasta un producto básico de consumo masivo.
Cualquier cosa nos parece un regalo del cielo.
Confundidos.
Desorientados. Vivimos caminando entre la neblina, y nos cuesta mucho ver la
realidad. Los días pasan entre milagro y milagro, y cada vez pareciera menos
posible que nuestra voluntad tuviera algún rol en nuestra vida. Terminamos
siendo los siervos de nuestros peores miedos, y cómo no, así cualquiera saca lo
peor de sí mismo. Así cualquiera se siente expatriado y expulsado. Huérfano de
Patria. En el peor de los abandonos. Yo me he sentido así. Como si ya no
estuviera en la Tierra, sino como si me hubieran dejado al borde de una de las
aceras de la Vía Láctea. Flotando en el espacio.
No dudo
que a veces haya motivos para sentir que el país, que la patria es una estafa.
En cierta forma lo es. Porque durante años jugamos a que ser venezolanos era un
pasaporte. También pensamos que ser venezolanos sería una eterna fiesta, que el
país se hacía solo, que era solamente un gran jardín con salida a Mar y Océano.
Que lo bueno que tenía Venezuela era que se vivía feliz porque la felicidad era
un eterno día feriado. Nadie nos preparó para el fracaso, y en no valorar lo
que teníamos no construimos una verdadera identidad con el país. Sin un sentido
de pertenencia y de deber moral hacia este lugar ahora nos miramos confundidos
y nos preguntamos ¿Qué es la patria?
¿Un
lugar en el que puedes intentar realizar tus metas? ¿Un espacio de
oportunidades? ¿Una casa? ¿Una montaña? ¿Un grupo de amigos?¿Una caja de
recuerdos? ¿Unos olores? ¿Platos típicos? ¿Un tipo de árbol? ¿Un acento? ¿Una
expresión que para un extranjero resultaría incomprensible? ¿Tierra? ¿Mar?
¿Colores de la naturaleza? ¿Lo primero que has mirado durante años cuando abres
los ojos?
Quizás
es una mezcla de todo eso. Definir la patria quizás sea tan sencillo, pero a la
vez tan complejo como explicar ¿Qué es una madre? Es tan inabarcable.
Sea lo
que sea que nos pase creo que lo que nos queda es empezar por amar este país
con la misma fuerza con la que amamos aquello que llevamos en los huesos.
Reconocer que el amor no es perfecto, ni es siempre un sentimiento definido,
claro, alegre, sino que tiene sus momentos oscuros. Pero que aún así, nos lleva
a reconocer que el objeto de ese afecto tan grande es irremplazable. El país es
un reflejo de uno mismo, pero es también como una página en blanco en la que
uno se escribe, es un camino, es consuelo y es un reto, es algo que llevamos a
cuestas nos guste o no. Expulsados, excluidos, desilusionados, optimistas,
entregados, convencidos, como decidamos ser o como nos toque, todo forma parte
de nosotros. No es sólo que el país nos pertenece, es que le pertenecemos a él.
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