País dañado
Me siento en un restaurante. Frente a una pizza comienzo a imaginar el momento en que voy a estar dentro del avión, cierran la puerta y ya no hay alternativa, me tengo que bajar en Caracas. Empiezo a llorar. De la mesa de al lado una señora me miran. Seguro pensarán que mi pena es amorosa. Porque en el primer mundo nadie imagina que alguien sienta un pánico así por su país. Es pánico. Desconfianza. Hasta vergüenza. De la circunstancia y de mí misma. Vivimos comparando nuestros problemas con los de los demás y es tan fuerte lo que padece tanta gente, que uno a veces se limita a decir, “podría ser peor”. Entonces la vida pasa a ser lo que te toca y lo que tienes, y no lo que aspiras. ¿Qué pasa con lo que aspiraba? ¿Qué pasa con la vida que quería tener? ¿Qué pasa con todos los sueños y las metas? En un país donde un señor diabético no consigue sus agujas para inyectarse insulina, ¿cómo alguien puede sentarse a pensar con la empresa que quiere montar, la idea genial de un invento...