En día como hoy me pregunto ¿cuánto tiempo más podrá sostenerme El Ávila como motivo para quedarme? Tal vez haya muchos más, pero a medida que pasa el tiempo uno siente que cada vez son menos las razones para estar aquí. Las casas se venden, los muebles se guardan, los libros se donan y mucho de lo que sobra, no se usa o no cabe se bota. Y mientras tanto uno en la acera de enfrente viendo como tanta gente cierra las maletas y se va. Las puertas se cierran, los aviones despegan y nos vamos quedando solos. Esto ya es un pueblo fantasma. A veces me siento así, como un fantasma que ronda unas calles desoladas, llorando la muerte del país en que creí que iba a vivir. Fantasmas, zombies, como si fuera una película multigénero, drama, terror y algo de comedia porque insistimos en no parar de reírnos de lo que sea, mientras lo humano nos termina de abandonar. No sé qué estamos viviendo, ni cómo calificarlo. No sé si es un sistema político, si es la guerra, no sé si es el fin del mundo...