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Anoche. Anoche no sé qué soñé. Me desperté bañada en sudor. La sábana empapada, enroscada a lo largo de mi cuerpo, como si hubiese estado intentando tapar mi desnudez por pudor con Morfeo. Busqué en la mesa de noche algo como un ancla, una señal de que había llegado a tierra firme, con la angustia de no saber a dónde, ni cuándo, ni cómo había sido el viaje. Todo estaba intacto. La lámpara, el vaso de agua, el libro con su marca páginas en la misma hoja en que anoche había dejado una historia sobre un aviador que busca sin cesar un náufrago y no lo encuentra. La cortina estaba abierta, dejando que mi cuarto se bañara de una luz fosforescente. Los pájaros proclamaban también la mañana. Me pregunté si ellos habrían soñado. Si ellos sabrían de mi sueños. Si tal vez, alguno de ellos habría estado en mis sueños. Abrí la gaveta de la mesa de noche. Saqué un cuaderno y empecé a recorrer viejos sueños. Allí estaban todos. Los dolorosos. Los aterrador...