Los domingos
Los domingos son la prueba de que Dios existe. Como descansó, este se convirtió en el día más insoportable de todos. Aunque yo tengo que confesar que me encantan los domingos por la mañana. Siempre me encantaron. Quizás era porque con el periódico, que en su momento era en blanco y negro, llegaban los suplementos y yo corría a despertar a mi papá. Él me leía El Fantasma, Olafo, Pomponio, y El Príncipe Valiente, con quien por supuesto yo me iba a casar, sin importar el ridículo corte totuma. Nunca leímos ni Rabanitos, o sea Snoopy, ni Lorenzo y Pepita. El primero, porque preferíamos verlo en comiquitas. El segundo, porque mi papá le parecía que Lorenzo era un poco maricón. Aunque jamás lo dijo con esas palabras, de eso me di cuenta más tarde. Pero la maravilla de los domingos siempre ha durado poco. Los domingos siempre han sido días para deberes que uno no debería hacer. Esos enemigos acérrimos que yo tengo. Los compromisos. Empezando por la misa. Yo dejé de ir a misa porque me sinceré...